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Chirimena y Chirere perlas mirandinas

La costa del estado Miranda exhala sabor y color, aquí se evidencia claramente la herencia afroamericana que tenemos en nuestro país, esa que hace que nos llamemos cariñosamente «negros» y  que nuestros cuerpos se muevan, casi involuntariamente, al ritmo de los tambores.

 Texto y fotos: Eduardo Monzón 

Lo que más me gustó de haber ido a estas costas es que fueron salidas con propósito, jornadas de trabajo que tuve con mi equipo de Conbive. La primer vez que fui a Chirimena no imaginé que iba a encontrarme con más de 100 voluntarios para realizar juntos una jornada de limpieza por el Día Mundial de las Playas. 

Entonces mi mente estaba compartida entre la limpieza de la playa, documentar el proceso y  disfrutar de ese imponente paisaje caribeño, porque esa mañana el mar estaba perfectamente azul, rebosando frescura bajo un sol inclemente.

Creo que lo que más me llamó la atención de Chirimena fue su enorme piedra en la orilla, porque da la sensación de que quería escapar de la montaña hacia el mar, pero se quedó petrificada en la arena y se convirtió en un monumento natural que adorna el paisaje.

Esa mañana le pusimos corazón a nuestro trabajo, nos desplegamos por toda la playa y los voluntarios se encargaron de recolectar, clasificar y documentar todos los desperdicios que no pertenecían a tan bonito lugar. Nuestra labor es comunicar que una playa limpia nos beneficia a todos, por eso es tarea de todos. Si la playa está limpia, van los turistas y disfrutan, cuidamos la naturaleza y la comunidad tiene trabajo, por lo tanto todos ganan.

Luego de terminar la recolección de desechos nos tocó una larga espera para almorzar pescado frito, lo bueno fue que para no pensar en el hambre me fui a dar un baño de mar que disfruté enormemente, el agua estaba perfecta, casi a la temperatura del cuerpo. Derroches de Caribe que solo nosotros tenemos.

Para cerra la jornada nos fuimos todos a Puerto Francés para encontrarnos con el resto de los equipos que habían realizado la limpieza en otras playas. Ahí nos tomamos la foto grupal y celebramos los logros del día. Me gustó mucho esa especie de balcón gigante que tiene Puerto Francés frente al mar, como para quedarse a vivir.

Chirere
Si de quedarse a vivir se trata, en Chirere me volvió a pasar. Fui a una jornada de formación y compartir con Conbive, nos alejamos de todo, cual retiro espiritual, y nos instalamos en una casita con una churuata de lujo sobre la playa. Fue un lugar perfecto cada minuto.

En esa churuata disfruté mucho el sonido de las olas y el aroma del mar, que esta vez era distinto, intenso y fresco, a veces me sorprendía, como a quien le llega el aroma de un café por la mañana. Entonces solo podía detenerme a mirar al mar y a descifrar ese aroma, a memorizarlo para traerlo conmigo a la ciudad.

Entre actividad y actividad no dudaba en sentarme frente a la playa, a respirar y meditar, a disfrutar de ese lujo que podíamos darnos de estar en silencio frente a la inmensidad del Caribe. Cada vez que estoy en un lugar así ratifico lo mucho que me gusta ese clima y ese paisaje, no cambio al Caribe por nada.

Desde Casa Chirere teníamos esta vista hacia Chirimena, ideal para verla sin descanso, sin prisa. Podíamos ver a cualquier hora del día y tomarle fotos al paisaje de verdes, azules y farallones que saltan desde la montaña hacia el mar, como en Paria.

En algún momento salimos a caminar por la costa de Chirere, que es salvaje y solitaria, como dueña de sí misma, sin dejarse dominar por nada. Nos sorprendimos con las formas y los contrastes en la vegetación, por algo trabajamos por la conservación de la biodiversidad.

Nos divertimos hasta el infinito cuando intentamos bañarnos, el mar estaba desenfrenado, incontrolable y veloz, como una montaña rusa. Las olas nos dominaron a su antojo y nos golpearon por todos lados, pero recibimos los embates con muchísimas risas.

Volver fue otro desafío, caminamos con cuidado por toda la orilla, frente a esas enormes paredes naturales que se levantan frente a las olas. Estar en contacto con la naturaleza siempre es un descubrimiento, es notar lo pequeños que somos y lo enorme que son los lugares que nos rodean.

Lo mejor de esta estadía en Chirere fueron los amigos, esas largas conversaciones, las buenos desayunos frente al mar, las lágrimas, la confianza creada y esa certeza de que juntos vamos  trabajar sin descanso por un futuro mejor.

Parte del equipo de Conbive con el que compartí en Chirere.

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