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Eco Turismo: el lado menos explorado del desarrollo urbano

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Existe un refrán que dice: “el hogar es donde está el corazón”. En todas las culturas y a lo largo de la historia, los seres humanos hemos procurado poseer una vivienda propia, más allá de los medios disponibles y las adversidades. Investigadores han encontrado uno de los vestigios más antiguos que datan del periodo Neolítico en una ciudad turca de hace 9.000 años. El proceso evolutivo nos ha convertido en hábiles constructores, especialmente de casas y comunidades adaptadas ingeniosamente a los rigores del medioambiente, lo que ha ido modificando paulatinamente nuestras costumbres, el hábitat y la relación con la naturaleza. Desde una perspectiva psicológica, la vivienda sigue siendo uno de los espacios predilectos de reunión, refugio y, en ocasiones, santuario para escaparnos de las vicisitudes de un mundo en constante convulsión.

Asentamiento prehistórico en la ciudad de Çatalhöyük, Turquía.

¿Qué es un hogar?

Todos intuimos que un hogar es mucho más que una casa con paredes y un techo. Su evocación tiene el poder de transportarnos a los recuerdos y sentimientos más profundos. En ocasiones, la idea de hogar es atesorada y anhelada como un ancla de nuestra existencia. Entonces, ¿podríamos suponer que es una conceptualización positiva y universal? No necesariamente, ya que adquiere otras connotaciones según el contexto socio-espacial y la experiencia de sus moradores, en particular cuando existe un número creciente de ciudadanos cosmopolitas con múltiples identidades. Un hogar puede representar también esa esfera donde ciertos hábitos pueden generar comportamientos o eventos nocivos. Más allá de estas distinciones relevantes, la conformación de un hogar en el mejor de los casos se vincula a una vivienda que es adaptada, habitada y ornamentada según los valores, las creencias y el entorno de cada grupo en una sociedad.

Toritos de Pucará, colocados en los techos de las casas del Altiplano peruano.

Para muchos, el hogar es o fue un ambiente afectuoso y de autodescubrimiento, propicio para crecer. La mayoría de la gente tendrá más de uno a lo largo de su vida. Lo bueno es que, si el original no fue feliz, existe la oportunidad de crear otro mejor. Lo contrario también es cierto. Algunas personas tienen emociones encontradas al rememorarlo porque se encuentra atado a situaciones dolorosas, difíciles de superar. Además, para un creciente número de adultos mayores, significa el comienzo de su descomposición, ya que deberán vivir en hogares unipersonales, con severas consecuencias para su salud y bienestar. Incluso, cuando se trata de un espacio doméstico armonioso, este se convierte en un ámbito de dimensiones políticas donde se discuten acalorados puntos de vista, negocian derechos y privilegios, realizan concesiones y hasta se procura el empoderamiento a través de la autoafirmación. Si no están convencidos, imaginen una casa con adolescentes…

Como sueño, el hogar posee significados simbólicos que se incorporan a su diseño imaginario, influenciados por deseos e ilusiones que se desarrollan a lo largo de la vida. En el mundo real, su forma, ubicación, entorno, así como las posesiones que lo amueblan o decoran, se convierten en piezas clave que conforman parte de nuestra singularidad frente a los demás. Las complejas interacciones de estos elementos físicos y figurados definen a un hogar y, a medida que lo definimos, también nos redefine. Por ello, es problemática la construcción de urbanizaciones homogéneas que no cuentan con viviendas progresivas, espacios públicos de calidad, o que se encuentran alejadas de los centros neurálgicos de la ciudad porque restringe el acceso al empleo y a servicios esenciales. Esta visión limitada del desarrollo urbano desalienta la conformación de hogares y estimula la fragmentación territorial.

La importancia de contar con una vivienda y entorno dignos

En las últimas décadas la noción de hogar ha adquirido nuevos matices, no sólo cuando nos encontramos con personas que viven en la calle, sino también por el incesante aumento de inmigrantes, refugiados, solicitantes de asilo o víctimas de catástrofes naturales, especialmente en América Latina y el Caribe. Dado el significado y las asociaciones emocionales que posee un hogar, aquellos que lo han perdido o los que nunca lo tuvieron se enfrentan a severos trastornos psicológicos. Carecer de un lugar donde vivir es devastador. En otra dimensión, también lo es residir en una vivienda en condiciones físicas inadecuadas, sin servicios básicos, en hacinamiento y con inseguridad para sus integrantes y vecinos; o sea, en una casa y entorno “indignos”. Aunque estos desafíos existen a nivel global, son particularmente preocupantes en nuestra región, tal como se evidenció en el Foro de Vivienda 2022  organizado por el BID, debido a la falta de acceso adecuado a soluciones habitacionales, el cambio en las estructuras familiares, la persistencia de la desigualdad y los impactos de la vulnerabilidad socioambiental, especialmente después del COVID-19.

  Familias desplazadas venezolanas en un campamento irregular en Chihuahua, México.

¿Por qué entonces es tan importante que todos tengamos acceso a una vivienda y hábitat dignos? Porque una casa y su entorno tienen el potencial de convertirse en un hogar y fortalecer el sentido de pertenencia a una comunidad; en otras palabras, ser un punto de referencia transformador en la memoria, los sentimientos e imaginación de sus moradores. De hecho, nos permite crear una narrativa de vida, otorgándole significado a nuestra existencia en un tiempo y lugar determinados. Por ello es inadmisible pensar en un desarrollo urbano y humano integral, inclusivo y sostenible donde muchos no tienen acceso a una casa, otros no poseen una vivienda digna y una creciente minoría carece o perdió sus hogares. Volviendo a los refranes, me quedo con el siguiente: “Un hogar es como los trajes; los mejores son los hechos a medida”.

El autor agradece los valiosos aportes recibidos por Paloma Silva, especialista líder y coordinadora del tema de vivienda en CSD/HUD.

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