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El lago muerto de Namibia (Deadvlei)

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La primera vez que lo presencié me pareció estar delante de un cuadro de Dalí. Un paraje surrealista, casi marciano, entre las dunas más rojas del Namib, corazón de arena del Kalahari en los adentros de Namibia.

El suelo blanco y roto por las escamas de la sequedad más acuciante contrastaba con la corteza oscura y fosilizada de varias acacias embalsamadas por la terquedad del viento y, sobre todo, el tiempo. Deadvlei le llaman a aquel lugar, que en idioma afrikaans quiere decir “lago muerto” o “pantano muerto”, término que aporta una explicación certera de lo que se trata realmente.

Cuesta imaginar que allí existiera alguna vez algo relacionado con el medio acuático. O que después crecieran todas aquellas acacias ahora petrificadas en su propia soledad.

Ahora sólo se yerguen auténticos esqueletos ramificados de piel áspera y sombras alargadas al compás de los movimientos de un sol cebador de fuego y ardor.

Pero el Deadvlei (también se escribe Dead Vlei) es un sitio para salir a divertirse. No porque tenga que ver con un parque temático ni nada similar. Sino porque a quienes nos entusiasma la fotografía, ya sea profesional con rigurosas técnicas y equipos superlativos, o con lo que tengamos entre manos, lugares así nos resultan excitantes e hipnóticos.

Este plato posee ingredientes dignos de un suelo extraterrestre y perdido, pero no deja de constituir un desierto encargado en recordarnos nuestra propia insignificancia. Paisaje inspiracional y fotogénico en cada milímetro, desde su cintura de arena que amuralla un recuerdo blanco de su pasado rendido al agua.

Pocas dunas más altas que las que taponaron la creación de un río que ya no existe. Algunas superan, con creces, los trescientos metros. Ellas, las hijas irredentas del Kalahari, se encargaron de estrangular aquel bebedero de fauna austral. Y el astro solar de quemar los troncos desnudos de aquellas acacias del tipo “espina de camello” típicas en aquellas latitudes del África continental.

El tiempo. Sólo el tiempo se encargará de que no quede nada. Ni acacias ni arcilla blanca. Ni fotógrafos profesionales o aspiracionales. Ni juntaletras como yo. El desierto seguirá esparciéndose y enterrando todo a su paso.

José Miguel Redondo (Sele)

* Puedes ver aquí más fotografías correspondientes a la sección El Instante viajero. Y todos los artículos recopilados sobre el viaje al Sur de África en 4×4 improvisando y conociendo lugares como este..

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