Un helicóptero pasó sobre mi casa y mi mente se fue de inmediato a ese momento, cuando aquel aparato volador se lanzó como una montaña rusa desde el tepuy más alto, con nosotros a bordo.
Texto y fotos: Eduardo Monzón
No tengo ninguna duda: Roraima es uno de los viajes más sorprendentes, emocionantes y profundos que se puede hacer en Venezuela. No he estado en otro destino que te invite a conectarte de forma tan real con el lugar que visitas.
Cuando fui por primera vez tuve una de las mejores experiencias que pueda recordar, ese viaje me sacudió la mente y el alma. Sin embargo, no todo fue perfecto en aquel entonces, más de 30 horas de lluvia sin parar me impidieron conocer la cima del tepuy, además llegué a casa algo desconcertado, sintiendo que entendí tardíamente la actitud que se requiere para vivir a plenitud un viaje como ese.
le dicen al Roraima- sentí que mi oportunidad había llegado, dos años después estaba listo para entrarle a este viaje con la madurez necesaria para vivirlo y disfrutarlo al máximo.
Volamos a Puerto Ordaz y allá nos encontramos con el resto de los viajeros, una familia valenciana con
la que hicimos buena amistad al instante. Sin perder tiempo agarramos carretera hacia La Gran Sabana, almorzamos cachapa en Tumeremo y poco después de las tres de la tarde la emoción se fue acumulando.
grandeza.
La Gran Sabana |
Esa tarde nos instalamos en la posada Kumarakapay Lodge, en San Francisco de Yuruaní. (0426-6936397/0426-2348907).
Son cabañas sencillas, con varias camas y su baño. No hay aire acondicionado, la verdad es que no hace falta, de noche se duerme sabroso. Tienen un restaurante grande donde sirven tremendos desayunos y cenas. La posada la atienden Héctor y Erika, me contaron que están asumiendo la administración, tienen planes de remodelar los cuartos y mejorar varios detalles. Aquí aprendimos que bien o bueno en pemón -la legua de la etnia anfitriona- se dice «wakupe», desde ahí se nos pegó la palabra y comenzamos a usarla cuando algo nos gustaba.
Posada Kumarakapay Lodge |
Los dormitorios |
Nuestro día comenzó muy temprano, desayunamos y arrancamos a Paraitepuy, la comunidad indígena donde se inicia la caminata. Desde ese momento comencé a sentir que leía de nuevo ese libro que tanto me había gustado y que ahora podía entender mejor. No quería comparar todo con el viaje anterior porque sabía que este sería completamente distinto. Pero era inevitable recordar, por momentos sentía que aburriría a mis compañeros al contarles algo que iniciaba con la frase “la primera vez que yo vine”.
Una de las humildes viviendas en Paraitepuy |
Mi emoción era indescriptible, estaba de nuevo frente al Kukenán y el Roraima, esos dos
tepuyes que se habían fijado con tanta fuerza en mi mente. Desde el principio tuve claro que este viaje era una completa bendición, la palmadita en la espalda que da Dios por tanta insistencia. Así que no paré de agradecer cada vez que pude por esta ahí de nuevo.
Un día nublado |
Los tepuyes se vistieron de misterio en ese primer día de recorrido, en el que hay que caminar entre cuatro y cinco horas, hubo nubes y lluvia en buena parte del camino, pero sabíamos que los gigantes solo estaban esperando un poco más para sorprendernos. La poca presencia del sol nos ayudó a que la ruta fuera más ligera. Luego de pasar por las duras subidas iniciales todo se volvió un paseo de contemplación, que hasta en los momentos de lluvia y viento se hacía ameno.
Un porteador camina frente al Kukenán |
José David, nuestro guía |
Llegamos al campamento del río Tek con la emoción de tener el almuerzo esperando por nosotros. El equipo de porteadores de Akanan, integrantes de la etnia pemón, nos demostró desde ese momento su enorme amabilidad y el deseo genuino de servir a los viajeros. Yo estoy acostumbrado a pasar roncha en mis viajes, cargar mi propio peso y cocinar aunque esté molido de cansancio. Por eso era toda una grata novedad para mí contar con personas que llevaran mi carpa y la armaran, otras que se encargaran de cocinar, servir y esperarnos cada tarde con té frío y café. Les pagan por eso, pero se nota que
no lo hacen por dinero, su mística los supera.
Río Tek |
Lo segundo -y lo que más me gusta a mí- es la vista apoteósica que se tiene en este lugar del tepuy Kukenán. Ese es, probablemente, uno de mis paisajes favoritos, me quedo corto en palabras para describirlo, yo digo que el Kukenán es el tepuy seductor, nuestro guía dice que es el más fotogénico. Lo cierto es que tiene una gracia increíble, magnética, que se disfruta de manera privilegiada en ese campamento, así que cuando vayan hagan lo posible por dedicar el mayor tiempo que puedan para admirarlo.
La emoción de despertar frente al Kukenán |
El tepuy seductor |
Luego del desayuno inició el segundo día de caminata, atravesamos el río, subimos una colina y, luego de esa miradera que le teníamos al Kukenán, el Roraima tal vez se puso celoso, por eso se nos vino encima, despejado, gigantesco y avasallante, sin dejar dudas de su imponencia. Desde ese momento no pudimos dejar de mirarlo, ni las nubes lograron impedirlo. Nos cargamos de esa energía para avanzar, porque nos esperaba el tramo más duro de todo el trayecto.
Roraima apoteósico |
Al poco tiempo nos tocaba atravesar el río Kukenán, que es más grande y caudaloso
que el anterior. Ya veníamos azotados por el sol, así que no dudamos en pasar los bolsos al otro extremo y darnos un chapuzón, con ropa y todo.
Río Kukenán |
Atravesar el río por las piedras |
Seguimos caminando, con mucho calor, bebíamos agua y comíamos frutos secos, pero el camino se hacía largo, tedioso, con subidas que se nos comenzaban a volver interminables. No recordaba que este día fuera tan agotador, pero lo fue. Y mucho. Me reconfortaba mirando los detalles del Roraima, que se veía tan cercano y nítido ante mis ojos.
Cerca de Campamento Base |
La enorme pared |
Se suponía que serían cinco horas, pero nosotros tardamos siete en llegar al Campamento Base. Como si se tratara de una escena en medio del desierto, un oasis nos recibió: el equipo de Akanan había dispuesto un toldo, sillas plegables y una jarra enorme de té con limón bien frío. Eso fue la gloria, la mayor
recompensa. Luego vino el almuerzo.
Amanecer con vista al Kukenán |
Ese día salimos a caminar llenos de una felicidad generalizada, tal vez era una premonición, o la certeza de que el tepuy nos estaba dando la bienvenida. Iniciamos el ascenso por un bosque denso y exuberante, donde comenzaron a aparecer elementos llamativos en la vegetación. Flores muy pequeñas, musgo que
parecía sacado del fondo del mar y plantas endémicas como la Stegolepis guianensis, verla es sinónimo de Roraima, la señal inequívoca de que te acercas al mundo perdido.
Detalles sorprendentes del camino |
Stegolepis Guianensis |
Luego de un par de horas llega un momento muy especial y emotivo, el encuentro “de tú a tú” con la pared del Roraima, esa que hemos venido observando a la distancia. Aquí es donde cobra sentido la
conexión con el tepuy, tocarlo, abrazarlo y pedirle permiso para que te deje subir a su cima. Yo lo hice emocionado y con los ojos aguarapados.
La pared |
Después emprendimos la subida final por la enorme rampa natural que se extiende por la pared del tepuy. La vista de la sabana infinita nos alegraba la marcha y el tiempo se nos hizo corto. Llegamos al Paso de las lágrimas, un momento clave en el que se camina bajo una caída de agua que te baña como lluvia mientras pisas muchísimas piedras desordenadas, es alucinante, empinado y sorprendente, todo a
la vez.
El paso de las lágrimas |
Así luce hacia arriba |
Nuevamente llegué solo a la cima, no tenía tanta ansiedad como la primera vez, tampoco lloré desesperado de emoción. Celebré en silencio, di gracias a Dios y a la vida por regalarme otra vez ese momento tan perfecto. Desde ese instante sentí un respeto profundo por Roraima, casi que no quería ni pisar, no quería que nada ni nadie hiciera ruido. Estaba de nuevo en los orígenes del planeta y solo
deseaba que mi presencia no se notara en ese hogar de millones de años.
De nuevo en la cima |
Cuando todos llegaron disfrutamos del almuerzo y fuimos a asomarnos a la inmensidad de
nuestro recorrido, a celebrar con los ojos nuestra meta del día. Abrir los brazos en el Roraima se vuelve casi una necesidad, tal vez sea una respuesta natural, un intento de conectarnos físicamente con la grandeza.
¡Llegamos! |
Isa intentando abrazar la sabana |
Ya estábamos en nuestro destino, era temporada baja, habían muy pocas personas y no llovía ¿podía ser más perfecto mi regreso al Roraima? No lo creo. Caminamos hasta nuestro hotel -así le llaman
a las cuevas en donde se instalan las carpas para dormir- y en el camino disfrutamos de las peculiaridades típicas del lugar. Primero vimos a la célebre ranita negra que solo vive allá, es mínima. Luego apareció la Drosera roraimae, la planta carnívora del Roraima. Le dicen así de forma representativa, porque realmente come insectos, los atrapa con diminutas gotas de una especie de gel
que tiene y luego se cierra para alimentarse de su presa.
La ranita endémica |
La planta «carnivora» |
Esa tarde nos refrescamos en un pequeño pozo y nos dedicamos a descansar. Durante la noche hubo lluvia, pero el día siguiente amaneció radiante. Era tal vez el momento que más había esperado, me iba a sacar la espinita de conocer mejor la cima.
tiempo, el agua y el viento desgastan las piedras y los cristales quedan libres, por eso hay tantos. Los más grandes se los llevaron hace mucho tiempo. Luego atravesamos el Campo de golf, un enorme espacio con arena, es rarísimo. Las paredes de piedra son impresionantes a cada paso.
Valle de los cristales |
La obra de la erosión |
Nos dijeron que era buena hora para ir a La Ventana, porque el día estaba despajado. En el camino vimos muchos riachuelos, insólitas formaciones de piedra creadas por la erosión y una laguna impresionante, muy misteriosa.
Laguna en la cima |
El asombro alcanzó su máximo nivel cuando llegamos a La Ventana y vimos esa enorme brecha abarrotada de nubes, al otro lado estaba el Kukenán con su misterio y esa gran caída de agua. Desde ahí podíamos apreciar lo increíblemente alto que es el Roraima, fue insólito, abrumador, tal vez es el paisaje más inmenso que he visto desde que viajo.
El Kukenán de fondo |
La sabana infinita |
Este lugar superó todos los límites y nos dejó sin aliento, uno de mis momentos favoritos del viaje fue cuando me asomé a esa inmensidad, no había miedo, solo emoción y asombro. Aunque alguien sintiera un poco de temor, todos nos fuimos acercando al extremo de la enorme piedra para inmortalizar el épico
acontecimiento.
Asomado a la nada |
No nos habíamos recuperado de la impresión cuando se volvió a rebosar el asombro en El Abismo, desde donde se puede observar la parte posterior del Roraima, hacia donde queda La Proa, y una enorme caída de agua que se dejó admirar entre nubes pasajeras. Era como mucho espectáculo para tan corto tiempo.
El Abismo |
El Roraima fue tan generoso con nosotros que hasta se sacudió las nubes por un rato para que el sol nos acompañara al bañarnos en los jacuzzis, uno de los íconos del lugar, parecen el propio edén pero en otro planeta. Lucían impecables, con sus colores intensos y su fondo de cuarzos. El agua estaba
igual de fría que siempre, pero podíamos salir a calentarnos con el sol, que parecía de playa. Fue un privilegio disfrutarlos con esa luz que nos cubrió todo ese rato.
Los jacuzzis |
Volvimos al campamento para almorzar y descansar un rato, luego nos preparamos para
subir al Maverick, el punto más alto del Roraima. Lleva ese nombre porque tiene la forma de un automóvil si se observa desde la distancia, de hecho se ve claramente en los días de caminata para llegar, parece tan diminuto que sorprende notar lo gigante que es cuando te posas sobre él. Hay una subida
corta pero intensa, cuando llegamos arriba nos cubrió la niebla, pero por ratos se despejaba para dejarnos contemplar el paisaje. Nos rondaba una tranquilidad insólita, que se confundía con el frío viento que nos golpeaba.
La vista desde El Maverick |
La cima vista desde Maverick |
Ese día se terminó rebosando satisfacción, cenamos una pasta tan sabrosa que fue la mejor manera de celebrar la magia que nos acompañó en ese recorrido tan memorable. Nos fuimos a dormir sabiendo que teníamos que despertar muy temprano, la mañana siguiente llegaba lo que todos esperábamos con tanta
emoción. No íbamos a bajar caminando del Roraima ¡lo haríamos en helicóptero!
Yo sabía muy bien el esfuerzo físico y los dolores que nos ahorraríamos, si estar sobre el tepuy era una locura, volar sobre él era el extremo más insólito de lo increíble.
Vimos cuando la luz del amanecer se fue trepando sobre Roraima mientras caminábamos a Campo de golf, ahí esperaríamos que vinieran por nosotros. Pasamos cerca de una hora, en calma y silencio, dispersos, creo que cada uno meditaba sobre las intensas emociones que habíamos vivido. La tranquilidad se quebró cuando comenzamos a escuchar el ruido de las hélices, el clímax de la euforia llegó cuando vimos al helicóptero volando sobre nosotros para luego aterrizar a pocos
metros. Era como para saltar de emoción.
El helicóptero en Campo de golf |
Todo fue rápido, parecía que estábamos en una operación de rescate, primero se bajaron los japoneses que estaban llegando, nos saludamos entre risas y caras de asombro, había mucho ruido. Luego
corrimos nosotros, yo quedé entre el primer grupo del traslado. Íbamos a volar en pocos minutos lo que nos tomó tres días de caminata, jamás me había montado en un aparato de estos y me estada disfrutando cada segundo. Cuando pidieron que alguien se pasara para la parte de adelante del helicóptero, no lo pensé dos veces y fui corriendo a montarme por la derecha, hasta que el piloto me
dijo que ese era su puesto. Eso nos soltó una carcajada a todos.
Cinturón abrochado, audífonos puestos, celular y cámara en mano. El ruido se hace más fuerte,
nos comenzamos a elevar, el suelo se ve lejano. Logro ver el Maverick, luego el Kukenán. Nos acercamos al borde de Roraima, pienso que seguiremos volando al mismo nivel, pero no. El helicóptero se va como en caída libre frente a la pared del tepuy. Suelto un “guuuaaaaooooooo”, vacío en el estómago, presión en los oídos y paisaje impresionante. Se estabiliza el vuelo, el amanecer nos acompaña por un lado, por el otro lo hacen el Kukenán y las nubes. Pasamos sobre sabana y bosques, el asombro es constante.
Volando sobre Roraima |
Sobre la sabana |
Luego de varios giros inesperados descendemos en Paraitepuy, nos bajamos, celebramos y dimos las gracias al piloto, nos cruzamos con más japoneses que abordan y el helicóptero emprende su retorno. Vemos a Roraima lejano, despejado, con su paisaje tan impecable. Siento emoción y nostalgia. A los minutos llegan el resto de nuestros compañeros, el helicóptero los deja y vuelve a elevarse, pero
para retornar a Santa Elena de Uairén. Vuela sobre nosotros y nos despedimos como en la escena final de una película.