La justificación por tener que realizar la aportación de abonos en los campos agrícolas se basa en la necesidad de proporcionar a las plantas los nutrientes esenciales que podrían ser insuficientes o estar limitados en el suelo.

Aunque las plantas de las zonas silvestres no reciben abonos, existen importantes diferencias entre las condiciones de los campos agrícolas y los entornos naturales que explican la necesidad de esta práctica, principalmente la exportación de nutrientes en forma de cosecha que los cultivos extraen del suelo, sobre todo en caso de producciones intensivas y en los monocultivos, donde un solo tipo de cultivo se planta repetidamente en el mismo campo.
Así pues, el abonado, en el ámbito de la agricultura, hace referencia a la práctica de aplicar sustancias nutritivas en el suelo con el objetivo de proporcionar a los cultivos los nutrientes necesarios para su crecimiento. Los abonos pueden ser de origen orgánico o inorgánico, proporcionando nutrientes como nitrógeno, fósforo, potasio y otros minerales esenciales para el desarrollo de las plantas.
Las prácticas de abonado en la agricultura tienen una larga historia y han sido una parte integral del desarrollo de la producción agrícola. Varias culturas antiguas, desde los egipcios y los sumerios, ya utilizaban técnicas de abonado para mejorar la fertilidad del suelo y aumentar el rendimiento de los cultivos. Estas técnicas tradicionales han estado ligadas al uso del estiércol de los animales y de otros residuos orgánicos.
Los abonos pueden ser de origen orgánico o inorgánico, proporcionando nutrientes como nitrógeno, fósforo, potasio y otros minerales esenciales para el desarrollo de las plantas
También se han utilizado otras estrategias, como la rotación de cultivos para mantener la fertilidad del suelo, lo que implica alternar distintos tipos de cultivos en los mismos campos para prevenir el agotamiento de los nutrientes. Diferentes cultivos tienen diferentes necesidades y también distintos tipos de raíces que aprovechan los nutrientes a diferentes profundidades.
Otras técnicas tradicionales de abonado extensamente utilizadas en todas partes han sido el uso de cenizas, ya fueran procedentes del hogar o de la quema de restos vegetales, especialmente por su contenido rico en potasio. De hecho, los humanos han utilizado el fuego durante miles de años para “limpiar” zonas forestales y poder dedicarlas al cultivo. Este método implica cortar y después quemar la vegetación existente para liberar los nutrientes contenidos en la biomasa y crear tierras de cultivo. Muchos bosques europeos muestran evidencias del uso de antiguas prácticas de tala y quema.
La tala y quema puede ser una práctica inicialmente eficaz para la producción agrícola, especialmente si se realiza en pequeñas áreas y de forma temporal, pero tiene consecuencias negativas importantes como la pérdida de biodiversidad y la degradación y erosión del suelo. La agricultura de tala y quema todavía se utiliza ampliamente en África tropical, Asia y Sudamérica, donde se practica en áreas extensas que experimentan un fuerte impacto negativo, además del correspondiente aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

En el siglo XIX, Justus von Liebig, un químico alemán, propuso la teoría de que los vegetales obtienen sus nutrientes en forma de elementos inorgánicos que podrían ser suministrados a las plantas en forma de abonos. Fritz Haber, otro químico alemán, a principios del siglo XX desarrolló un método para la síntesis industrial de amonio a partir del aire (proceso Haber-Bosch), que permitió la producción masiva de abonos nitrogenados y tener un impacto revolucionario en la agricultura. Estos y otros desarrollos marcaron el nacimiento del uso generalizado de abonos químicos en la agricultura moderna. La disponibilidad de abonos sintetizados, entre otros avances científicos, permitió a los agricultores aumentar la producción de cultivos.
Resulta interesante resaltar como después de la Primera y, sobre todo, la Segunda Guerra Mundial, muchas industrias involucradas en la fabricación de explosivos se reconvirtieron hacia la producción de abonos químicos. Hay que tener en cuenta que el citado proceso Haber-Bosch se desarrolló originalmente para la producción de explosivos, siendo adaptado posteriormente a la producción de abonos nitrogenados.
El uso masivo de abonos químicos en la agricultura ha generado graves problemas ambientales, como la contaminación del agua, la acidificación y la erosión de los suelos. Para abordar estos problemas, en los últimos años se han implementado diversas prácticas y estrategias para un uso más sostenible de los abonos químicos, especialmente en los países más desarrollados.
Estas estrategias pasan por racionalizar el uso de los abonos químicos, aplicándolos en base a tecnologías de precisión, así como el uso de abonos orgánicos, coberturas vegetales y la introducción de prácticas sostenibles y técnicas agroecológicas, en la línea de la producción ecológica.
Autor: Isidre Martínez, Ingeniero Agrónomo.
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