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Nuevo estudio descubre que el tamaño promedio de los árboles en el Amazonas ha aumentado un 3.2% por década durante los últimos 30 años

Este crecimiento se atribuye al aumento de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera, que actúa como fertilizante.

  • Árboles del Amazonas más grandes: +3,2 % por década.
  • CO₂ atmosférico: fertilizante natural que impulsa el crecimiento.
  • Gigantes forestales: esenciales para capturar carbono y sostener biodiversidad.
  • Pérdida de bosque maduro: impactos irreversibles.
  • Conectividad del ecosistema: clave para la resiliencia a largo plazo.

El carbono impulsa un crecimiento inesperado en los gigantes del Amazonas

El aumento del tamaño promedio de los árboles en la Amazonía, registrado en un 3,2 % por década durante al menos 30 años, está reconfigurando el entendimiento que se tenía del comportamiento de los bosques tropicales frente al cambio climático. En un contexto donde las noticias sobre la Amazonía suelen girar en torno a incendios, tala ilegal y pérdida de biodiversidad, este hallazgo ofrece una visión inesperada: el bosque, en sus zonas intactas, responde con vigor a las alteraciones del entorno.

Lejos de ser un simple dato estadístico, este crecimiento generalizado –observado en más de 188 parcelas permanentes a lo largo de la región– representa una respuesta directa al incremento de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera, que actúa como fertilizante natural, potenciando la fotosíntesis y, con ello, la biomasa acumulada.

Impacto del carbono en los árboles del Amazonas

Este fenómeno de “fertilización por carbono” ya se había detectado en otras partes del mundo, pero la Amazonía presenta una escala única: aquí, los árboles grandes pueden superar los 50 metros de altura y almacenar varias toneladas de carbono cada uno. En conjunto, los bosques amazónicos albergan cerca de 120.000 millones de toneladas de carbono solo en su vegetación. Cada incremento en su biomasa fortalece su papel como sumidero de carbono vital para la estabilidad climática global.

Además, los árboles más altos no solo capturan más CO₂, sino que también regulan el microclima local, influyen en los patrones de lluvia regionales y sostienen complejas redes ecológicas, desde epífitas hasta mamíferos arborícolas. Su expansión, por tanto, tiene repercusiones que van mucho más allá del simple crecimiento físico.

Viejos gigantes con un poder insustituible

Los beneficios del crecimiento acelerado, sin embargo, no deben confundirse con una solución automática al problema climático. Los árboles centenarios no son reemplazables en escalas humanas de tiempo. Si un árbol de 400 años cae por deforestación o incendios, no hay reforestación que compense su pérdida inmediata en términos de carbono, biodiversidad o funcionalidad ecológica.

Esto adquiere mayor relevancia considerando que muchas políticas de compensación forestal aún equiparan plantaciones jóvenes con bosques antiguos, ignorando la complejidad acumulada que estos últimos representan. Un monocultivo de eucaliptos no es un bosque tropical maduro, y las consecuencias de esa confusión ya se sienten en múltiples proyectos mal implementados.

Un bosque que cambia en conjunto

El crecimiento documentado no se limita a unos pocos árboles excepcionales. El estudio confirma que todos los tamaños de árboles, desde los más jóvenes hasta los colosos, han experimentado aumentos significativos en biomasa. Esto implica un cambio estructural en el bosque entero: más competencia por luz, agua y nutrientes, y una redistribución del equilibrio entre especies, lo cual podría favorecer a aquellas más adaptadas a condiciones ricas en carbono, pero también menos resistentes a sequías o incendios.

A largo plazo, esta transformación podría alterar el papel del bosque como regulador climático regional, especialmente si el crecimiento vegetativo no va acompañado de una mejora en la resiliencia del ecosistema frente a estrés hídrico o temperaturas extremas.

Grandes árboles, grandes riesgos

El crecimiento no inmuniza a los árboles frente a las amenazas crecientes. Los grandes ejemplares, al necesitar más recursos y depender de una red ecológica estable, son particularmente vulnerables a los efectos de la fragmentación del hábitat y el cambio climático. Sin corredores biológicos que conecten zonas forestales, su capacidad para reproducirse y adaptarse queda comprometida.

En este contexto, la conservación del bosque continuo y funcional se vuelve imprescindible. Dejar que el Amazonas se fragmente es permitir que sus gigantes caigan, no solo en el sentido literal, sino también como símbolos de un sistema que se desmorona por falta de cohesión ecológica.

Más información: Increasing tree size across Amazonia | Nature Plants

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