El otoño y el invierno son las estaciones perfectas para redescubrir la costa española sin aglomeraciones. Los pueblos marineros recuperan su ritmo pausado, el paisaje cambia y surgen planes diferentes: ferias gastronómicas, mercados navideños o paseos por cascos antiguos junto al mar.
Aquí tienes siete destinos costeros con patrimonio, encanto y vida local que brillan fuera de temporada.
Conil de la Frontera (Cádiz)

En pleno Atlántico gaditano, Conil de la Frontera reivindica su calma durante el otoño y el invierno: las playas como Los Bateles o La Fontanilla son perfectas para un paseo sin sombrillas, los cafés tienen terraza al sol y el casco antiguo, con sus casas blancas encaladas y su muralla árabe-renacentista (como el Arco de la Villa), se recorre sin el bullicio veraniego.
Además, la gastronomía local —atún, choco con papas, pescaíto frito o cazón— sigue presente en todos los menús de los restaurantes. Conil organiza la Ruta del Retinto de Conil desde finales de noviembre hasta principios de diciembre, una ruta gastronómica dedicada a la carne de vacuno autóctona, con degustaciones y tapas en establecimientos del pueblo.

El castillo templario que se asoma al Mediterráneo -y que sirvió de escenario en Juego de Tronos-, las murallas, un casco antiguo sobre la roca, la playa a sus pies… A Peñíscola no le hace falta que sea verano para brillar.
En noviembre y diciembre, cuando la marea de sombrillas se ha ido, la ciudadela recobra su espacio para pasear sin aglomeraciones. A su rico patrimonio hay que sumarle la gastronomía: arroz, marisco, pescados del día… Sus especialidades culinarias siguen teniendo protagonismo, aunque haya menos servicios abiertos.
Además, Peñíscola inaugura su mercado navideño a finales de noviembre en la plaza de Santa María. En él podemos encontrar puestos artesanales, alumbrado y talleres.
Elantxobe es una joya colgada sobre el Cantábrico, con casas alineadas en la ladera que se abre al mar. Es un pueblo de pescadores, con callejones empinados y balcones mirando al cabo Ogoño. Y, aunque las temperaturas bien es cierto que no son especialmente suaves, como en el sur de la península ibérica, la estampa en otoño e invierno tiene magia.
Quizá llueva, haya viento o el mar esté “picado”. Pero así es el norte y, ese dramatismo que desprende, es su esencia. Recomendamos pasear por el puerto, donde se puede ver su actividad pesquera; o por los miradores al atardecer. En su parte alta encontramos la iglesia de San Nicolás de Bari, además de una de las particularidades del pueblo que lo hace único: la plataforma giratoria en la que los autobuses dan la vuelta después de dejar a los pasajeros. Si alguien busca un pueblo vasco bonito y auténtico, Elantxobe cumple.
En las islas Canarias aún quedan días de verano. Vale, no son tan calurosos como en julio o agosto, pero el clima suele ser suave, hay sol y no habrá problemas de que esté lleno de turistas. Aunque en sus ocho islas hay pueblos muy bonitos, nos quedamos con Garachico.
Este es un pueblo que el mar no pudo domesticar del todo. Fue arrasado por la lava en 1706, aunque renació de sus cenizas entre coladas y las rocas volcánicas, lo que hace que tenga un aspecto único. Un paso por su casco histórico nos llevará hasta el castillo de San Miguel, la iglesia de Santa Ana, la plaza de la Libertad y a sus casas señoriales
Si la temperatura lo permite, aún se puede disfrutar de las piscinas naturales junto al puerto. Y, por supuesto, de su buena gastronomía, entre la que destaca el mojo y el pescado. Sí, en Canarias el invierno es otra cosa.
Cambrils es un clásico de la Costa Daurada, pero visitarlo fuera de temporada lo transforma: en el puerto pesquero hay actividad, su casco histórico con calles peatonales no está masificado y hay terrazas libres para degustar una gastronomía de proximidad compuesta por suquets, gamba blanca, pescados…
En esta época podemos pasear tranquilos por el paseo marítimo. Acercarnos al faro y estar prácticamente solos, así como visitar el viejo barrio del puerto, donde contemplar la arquitectura marinera tan característica.
Si quieres un poco de tradición, a finales de noviembre y principios de diciembre, Cambrils celebra la Fiesta Mayor de la Inmaculada. En ella hay actividades culturales, talleres, exposiciones y música.

En la Costa del Sol, Nerja es mucho más que playa: es el balcón de Europa, tal y como su popular mirador indica. El otoño es ideal para pasear por su casco antiguo, acercarse a ver el mar sin cientos de sombrillas, visitar lugares turísticos como la cueva de Nerja sin hacer colas o recorrer el pueblo en bicicleta como si estuviésemos en Verano Azul, pero sin tanto turista.
Las temperaturas siguen siendo suaves, el turismo se relaja y puedes disfrutar de paseos panorámicos, buena gastronomía mediterránea y alojamientos más accesibles. El ambiente marinero se mantiene, pero sin prisas, en uno de los pueblos más bonitos de Málaga.
Xàbia (o Jávea) tiene un casco antiguo encantador: la iglesia de San Bartomeu, casas antiguas, la playa del Arenal bañada por el Mediterráneo y el Parque Natural de Montgó como telón de fondo. En invierno los visitantes se marchan, las terrazas tienen espacio, las calas suelen estar vacías y caminar hasta el faro de Jávea o por el cabo de San Antonio se vuelve una experiencia de lo más relajante.
La gastronomía, compuesta de arroces, fideuá de pescado o tapas de marisco, sigue vigente en los restaurantes del puerto. Lo bueno de esta época es que no habrá que hacer colas para sentarse en la mesa. Estamos ante un pueblo costero bonito, con patrimonio y buenas temperaturas.
Periodista, blogger y viajera. No necesariamente en ese orden. En ocasiones me despierto sin saber dónde estoy. Adicta a los cómics y a los noodles con salsa de cacahuete. Redactora en @escapadarural, colaboradora en la Conde Nast Traveler y en la Divinity. Mi casa: Meridiano180.




