Érase una vez un pequeño pueblo encantado en el corazón de la región checa de Moravia-Silesia. Štramberk, que así se llamaba, tenía desde hace al menos siete siglos el don de enamorar de inmediato a cada forastero que por avatares del destino terminaba poniendo un pie en sus dominios.

El Cuento de Štramberk, un Frankestein cute
Štramberk estaba situado sobre una redondeada colina, y de entre sus casas de madera (de los siglos XVIII y XIX), sobresalía una espigada y solitaria torre gótica de nombre Truba. Esta formó antaño parte de un castillo cuyos orígenes se desconocen, y del que dicen fue pasando de mano en mano hasta el siglo XVI, momento en que quedó abandonado. Los años se lo fueron comiendo poco a poco hasta solo dejar algunas migajas y su espina central, este torreón al que podría perfectamente asomarse Rapunzel.

Con la mandíbula desencajada
Cuando bajé del autobús y me encontré en su plaza central, rodeada de bares, casas de colores (en contraste con la grisácea Truba), una animada fuente y la Iglesia de San Juan Nepomuceno, me quedé con la boca abierta. Imagino que el enclave en sí tiene tanto magnetismo que algo así debió pasarle hace 40.000 años al niño neandertal cuya mandíbula inferior fue encontrada en la visitable Cueva Sipka, a las afueras de la población. Desde ella por cierto, se obtiene una panorámica perfecta de la villa.

Aunque sin duda, mi punto de vista preferido no fue otro que desde lo alto de Truba. Tras alcanzar su mirador de madera (40 metros de altura mediante) y casi al nivel del coqueto tejado cónico, la postal es de belleza infinita. Bien merecen la pena ese puñado de peldaños en escalera de caracol. Ningún lugar como este para componer la maqueta de la aldea, entre empinadas callejuelas y floreadas moradas más propias de una fábula que de la vida real.

Las orejas de Štramberk
Una vez abajo, entre que te pierdes y no por los ya mencionados intrincados callejones, para reponer fuerzas lo más aconsejable es probar en alguna de sus confiterías tradicionales sus famosas «orejas» (Štramberské uši), unas galletas especiadas con forma cónica que hacen referencia al ataque de los tártaros. Esta civilización, conquistaba con fuerza y vileza territorios deseados, y enviaba a sus altos mandos militares como prueba de sus avances bélicos las orejas de aquellos a los que habían masacrado. Y eso hizo con Moravia en el siglo XIII (o al menos lo intentó).

Cuentan que los de Štramberk, aprovechando unas grandes lluvias, se decantaron por romper un dique que hizo que los tártaros-mongoles que venían a invadirlos se ahogasen junto a sus sacos orejas. Los pueblerinos para celebrarlo prepararon este dulce con sabor a canela, jengibre y revancha. Aunque personalmente yo, y teniendo en cuenta el embrujo de la villa, quiero creer que cayeron tan rendidos a los pies de Štramberk que se negaron a importunarlo.

El corazón de los elfos
Y es que Štramberk es un pueblo muy caprichoso. De hecho, fueron un puñado de elfos los responsables de que su fortaleza y todo lo que esta trajo consigo se instalase aquí y no en otro punto. Y es que aunque la idea inicial era asentarse en la colina vecina, Kotouč, estos pequeños seres cada noche deshacían lo construido hasta que, dados por rendidos, cambiaron la posición de su asentamiento a la ubicación que hoy localizamos.

Quizás porque siempre debió estar justo aquí. Quizás porque es en ese punto donde radica el manantial mágico. Solo sé que un trocito de mi corazón se quedó allí. Y que Štramberk, con su castillo que fue pasando de mano en mano, su espina dorsal en forma de torre, las orejas de los invasores, el cerebro de los elfos y el corazón de los visitantes es el Frankestein más bonito que he conocido nunca.

Y colorín colorado, hasta aquí mi paseo entre fantasía y realidad por Štramberk, el pueblo checo encantado.
Información útil

Si quieres ver algo más, puedes dar un paseo por su Jardín Botánico Arboreto, en una antigua cantera de piedra caliza que ha sido reformada.

Cómo llegar: Štramberk se encuentra entre la bella Olomuc (a una hora) y la industrial Ostrava (a poco más de media hora). Praga está a unos 300 kilómetros.

Dónde dormir: Yo me quedé con las ganas de alojarme allí. Seguro que vuelvo en invierno y me relajo unos días en este remanso de paz. Este apartamento con vistas a la torre tiene muy buena pinta.