El agujero de ozono registra uno de sus tamaños más pequeños
El agujero de la capa de ozono sobre la Antártida ha vuelto a mostrar en 2025 una evolución que muchos científicos califican de alentadora, aunque todavía con margen de preocupación. Según los últimos datos de la NASA y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), este fenómeno ha marcado este año uno de sus tamaños más contenidos desde que existen registros comparables.
Las mediciones sitúan el agujero de ozono de 2025 como el quinto menor registrado desde 1992, año en que comenzó a aplicarse de forma efectiva el acuerdo internacional que restringe de manera progresiva los compuestos responsables de dañar esta barrera natural. A pesar de seguir teniendo dimensiones continentales, el comportamiento de la temporada actual se interpreta como un nuevo indicio de que las políticas de control de sustancias químicas están surtiendo efecto.
Dimensiones del agujero de ozono en 2025
Durante el periodo de máxima intensificación, conocido como temporada de agotamiento de la capa de ozono, comprendido entre el 7 de septiembre y el 13 de octubre, la extensión media del agujero se calculó en torno a 18,71 millones de kilómetros cuadrados. Para hacerse una idea, esta superficie equivale aproximadamente al doble del territorio de los Estados Unidos contiguos y supera con creces la extensión de toda la Unión Europea.
Dentro de ese intervalo, el momento de mayor extensión diaria se produjo el 9 de septiembre, cuando el agujero alcanzó aproximadamente 22,86 millones de kilómetros cuadrados. Aunque la cifra impresiona, los expertos subrayan que se trata de un valor sensiblemente más moderado que en temporadas especialmente críticas de décadas pasadas, cuando la destrucción de ozono llegó a niveles extremos.
Los datos difundidos por NASA y NOAA señalan además que el agujero de este año se ha comportado de manera distinta a la media de la última década, ya que comenzó a desintegrarse casi tres semanas antes de lo habitual. Esta retirada anticipada se interpreta como un síntoma de que la presencia de sustancias agresivas en la estratosfera va descendiendo, aunque los científicos recuerdan que sigue habiendo una importante variabilidad interanual ligada a las condiciones atmosféricas.
Si se compara con el mayor agujero de ozono observado hasta ahora, el de 2006, el de 2025 resulta notablemente más contenido. Según los cálculos de las agencias estadounidenses, la extensión máxima de este año fue aproximadamente un 30 % menor que el récord de principios de siglo, lo que refuerza la idea de que la tendencia general apunta hacia una recuperación lenta pero constante.
En términos de medias estacionales, las instituciones indican que el agujero actual también se sitúa por debajo de los valores alcanzados en los momentos más críticos de la primera década de los 2000, cuando la superficie afectada llegó a superar de forma sistemática los 26 millones de kilómetros cuadrados de promedio durante las semanas de mayor impacto.
Un cambio de tendencia: agujeros más pequeños y de menor duración
Los equipos de investigación especializados en ozono, entre ellos el dirigido por el científico Paul Newman en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, destacan que en los últimos años se observa un cambio gradual en el comportamiento del agujero antártico. Según sus análisis, los agujeros actuales tienden a formarse más tarde en la temporada, a alcanzar su pico algo más contenido y a desintegrarse antes que en los primeros años del siglo XXI.
Este patrón se interpreta como una señal de que la atmósfera empieza a responder a la fuerte reducción de las sustancias que agotan el ozono, especialmente los clorofluorocarbonos (CFC) y otros compuestos halogenados. Aun así, los investigadores insisten en que todavía estamos lejos de recuperar las condiciones de la década de 1980, cuando la capa de ozono mostraba valores claramente superiores y el agujero sobre la Antártida no tenía las dimensiones alcanzadas posteriormente.
Los datos disponibles indican que, desde su máximo en torno al año 2000, los niveles de sustancias destructoras del ozono en la estratosfera antártica han disminuido aproximadamente en un tercio. Esta bajada no responde a un cambio espontáneo, sino a un conjunto de decisiones políticas y regulatorias adoptadas a escala internacional y aplicadas durante más de tres décadas.
Newman y otros especialistas apuntan que, de no haberse reducido la presencia de cloro y otros compuestos activos en altura, el agujero de 2025 habría sido mucho más extenso. De hecho, las estimaciones de NASA y NOAA calculan que, con concentraciones similares a las de hace 25 años, el área afectada habría superado en más de un millón de millas cuadradas (más de 2,5 millones de kilómetros cuadrados) la superficie finalmente observada.
Esta diferencia teórica ilustra hasta qué punto las políticas de control de emisiones han modificado la evolución del agujero de ozono. Aunque la comparación se basa en modelos y simulaciones, la comunidad científica considera que la evidencia acumulada respalda de forma sólida la influencia directa de la reducción de químicos sobre la progresiva mejora de la capa de ozono.
El papel del Protocolo de Montreal y los acuerdos internacionales
En el origen de este cambio de rumbo se encuentra el Protocolo de Montreal, firmado en 1987 y reforzado posteriormente con distintas enmiendas, que obligó a los países firmantes a limitar y, en muchos casos, eliminar gradualmente la producción y el consumo de sustancias que dañan el ozono estratosférico. El acuerdo comenzó a aplicarse de forma efectiva a partir de 1989 y, para 1992, ya se habían puesto en marcha restricciones más estrictas.
Este tratado internacional ha sido ratificado prácticamente por todos los Estados del mundo, incluidos los países de la Unión Europea y España, que adaptaron su legislación para cumplir los objetivos de eliminación de CFC, halones y otros gases perjudiciales. A nivel europeo, estas medidas se complementaron con normas comunitarias que aceleraron la retirada de determinados compuestos del mercado y fomentaron la adopción de alternativas menos dañinas.
La combinación de regulaciones globales y regionales ha permitido que, desde comienzos de este siglo, las concentraciones de sustancias que agotan el ozono hayan iniciado una tendencia sostenida a la baja. Como consecuencia, se espera que la capa de ozono continúe recuperándose de forma progresiva durante las próximas décadas, siempre que no se produzcan retrocesos significativos o nuevas fuentes de emisión no controladas.
El científico Stephen Montzka, del Laboratorio de Monitoreo Global de la NOAA, subraya que el descenso de aproximadamente un tercio en los niveles de estos compuestos, comparados con los valores previos a la aparición del agujero de ozono, confirma la eficacia de las medidas. Este tipo de resultados se cita con frecuencia como un ejemplo de cómo la cooperación internacional puede frenar un problema ambiental de alcance planetario.
En el caso europeo, el impacto de estas políticas se nota no solo en la evolución del agujero antártico, sino también en el comportamiento de la capa de ozono sobre el continente. Aunque el fenómeno más llamativo se localiza en el hemisferio sur, la reducción de compuestos destructores contribuye igualmente a estabilizar y mejorar los niveles de ozono a latitudes medias, con implicaciones directas para la protección frente a la radiación ultravioleta.
Por qué la recuperación será tan lenta
A pesar de las señales positivas, los expertos coinciden en que queda un largo trayecto por delante antes de poder considerar que el problema está resuelto. Los modelos de proyección manejados por organismos internacionales y por la comunidad científica estiman que la recuperación completa de la capa de ozono sobre la Antártida no se producirá hasta finales de la década de 2060, siempre que se mantengan las restricciones actuales y no se produzcan incumplimientos generalizados.
Esta lenta recuperación se debe, en buena parte, a que muchos de los compuestos prohibidos tienen una vida muy larga en la atmósfera. Aunque su producción se haya reducido de forma drástica, una fracción importante de estos químicos sigue circulando o permanece atrapada en productos antiguos, como espumas aislantes en edificios, equipos de refrigeración ya retirados o vertederos donde se acumulan residuos que todavía contienen CFC y sustancias afines.
Con el paso del tiempo, parte de este material continúa liberando pequeñas cantidades de gases que ascienden hasta la estratosfera y mantienen activa la destrucción de ozono. El proceso es gradual, pero suficientemente constante como para que la recuperación avance despacio, de modo que cada temporada sigue siendo necesario un seguimiento estrecho de la evolución del agujero antártico.
Además de la presencia residual de sustancias químicas, otros factores naturales influyen en la magnitud del agujero de un año a otro. Entre ellos destacan la temperatura estratosférica, determinadas configuraciones de circulación atmosférica y la fuerza del vórtice polar, un potente sistema de vientos que rodea la Antártida y atrapa el aire frío sobre el continente durante el invierno austral.
En años con un vórtice polar especialmente intenso y estable, las condiciones resultan más favorables para la formación de nubes estratosféricas polares, que actúan como superficie para las reacciones químicas que destruyen el ozono. Por el contrario, si el vórtice se debilita o se ve alterado por episodios dinámicos, la destrucción puede ser algo menor y el agujero, ligeramente más reducido o de menor duración.
Impacto global y relevancia para España y Europa
Aunque el agujero de ozono se localiza principalmente sobre la Antártida, sus efectos tienen un alcance más amplio. Las variaciones en la cantidad de ozono estratosférico repercuten en la distribución de la radiación ultravioleta que llega a la superficie terrestre, con implicaciones para la salud humana, los ecosistemas y ciertos sectores económicos vinculados, por ejemplo, a la agricultura o la gestión de espacios naturales.
En Europa y España, los niveles de ozono estratosférico no fluctúan de forma tan extrema como en la región antártica, pero la evolución del agujero del sur sigue siendo relevante. Cualquier cambio sustancial en la circulación atmosférica o en los patrones de destrucción química puede tener consecuencias indirectas sobre las latitudes medias del hemisferio norte, donde se encuentra el territorio europeo.
Las autoridades comunitarias, a través de la Unión Europea, mantienen desde hace años programas de vigilancia del ozono que complementan los datos globales de NASA, NOAA y otras agencias internacionales. Estos sistemas permiten valorar la evolución de la capa de ozono sobre el continente, detectar anomalías y planificar estrategias de adaptación o comunicación a la población en caso de episodios puntuales con niveles de radiación ultravioleta superiores a los habituales.
Para países como España, situados en latitudes medias y con muchas horas de sol al año, la protección que brinda la capa de ozono resulta especialmente importante. Un debilitamiento acusado podría traducirse en un incremento del riesgo de cáncer de piel, daños oculares y otros efectos sobre la salud, además de impactos potenciales sobre especies vegetales sensibles y ecosistemas marinos superficiales.
Por todo ello, los avances observados en el agujero de ozono antártico se siguen de cerca desde el ámbito científico y regulador europeo. La percepción general es que, aunque el problema no está cerrado, la evolución actual demuestra que las decisiones de control de emisiones adoptadas desde finales del siglo pasado han evitado escenarios mucho más graves.
La situación del agujero de ozono en 2025 se interpreta así como una nueva muestra de mejora gradual: quinto tamaño más reducido desde 1992, descenso apreciable respecto al récord de 2006 y comienzo de desintegración adelantado en casi tres semanas frente a lo observado en la última década. Al mismo tiempo, la persistencia de sustancias prohibidas y la influencia de factores meteorológicos recuerdan que la vigilancia debe continuar durante décadas, y que el éxito alcanzado hasta ahora depende de mantener y reforzar los compromisos internacionales que han permitido iniciar la recuperación de esta capa esencial para la vida en la Tierra.






