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Nuevo estudio descubre que la reducción de aerosoles intensifica las olas de calor urbanas hasta 2.5 veces más que los gases de efecto invernadero

Aunque estamos mejorando la calidad del aire al reducir la contaminación por aerosoles (como el smog), esto está provocando más olas de calor en las ciudades. Esos aerosoles reflejaban la luz solar y actuaban como una especie de “sombrilla”, pero al desaparecer, el calor extremo se intensifica.

  • Olas de calor urbanas más intensas.
  • Menos aerosoles, más calor.
  • Aire más limpio, pero ciudades más vulnerables.
  • Europa Occidental en riesgo.
  • Triplicación de días de calor extremo hacia 2080.
  • Soluciones urgentes: infraestructuras, diseño urbano, adaptación.

Las olas de calor urbanas se agravan por una razón inesperada

Las olas de calor se intensifican, y eso ya no sorprende. Lo que sí está descolocando a gobiernos locales y científicos es que no todo se debe al cambio climático tradicional. Un factor menos evidente está acelerando el aumento de temperaturas extremas en las ciudades: la reducción de la contaminación del aire.

El papel oculto de los aerosoles

Una investigación reciente de la Universidad de Texas en Austin revela que la disminución de aerosoles atmosféricos —esas diminutas partículas responsables de la neblina urbana— está teniendo un efecto térmico mayor de lo esperado. En zonas densamente pobladas, estos aerosoles pueden ser hasta 2,5 veces más determinantes que los gases de efecto invernadero en la intensificación de la exposición al calor extremo.

Esto se debe a que los aerosoles actúan como una especie de escudo solar temporal, reflejando parte de la radiación entrante. Es una protección involuntaria pero eficaz. El problema es que está desapareciendo justo cuando más la necesitamos.

Aire más limpio, pero menos sombra

Los modelos climáticos analizados muestran que, entre 1920 y la actualidad, los aerosoles ayudaron a reducir casi a la mitad la exposición a olas de calor en regiones urbanas. Pero a medida que se aplican normativas para mejorar la calidad del aire —como la reciente Directiva de Aire Limpio en la UE o el endurecimiento de los estándares en China e India—, ese efecto protector se está desvaneciendo.

Lo paradójico es que este éxito ambiental tiene un coste térmico. La limpieza del aire urbano está eliminando una barrera contra el calor extremo, y los efectos ya se están notando en ciudades como París, Milán o São Paulo, donde la frecuencia de olas de calor ha aumentado de forma desproporcionada en la última década.

El futuro se calienta

Si esta tendencia continúa, las consecuencias podrían ser drásticas. Según las proyecciones del estudio, hacia 2080 se podrían registrar hasta 110 días de ola de calor al año a nivel global —casi el triple de los 40 actuales—.

Las regiones más vulnerables incluyen el África subsahariana, el sur de Asia, Sudamérica y la Europa occidental, donde el descenso de aerosoles ya no compensa el avance del calentamiento global.

Las olas de calor sostenidas, definidas como tres o más días consecutivos por encima del percentil 90 de temperatura local, no solo afectan la salud, sino que colapsan redes eléctricas, debilitan infraestructuras y multiplican los riesgos sociales. Durante el verano de 2023, por ejemplo, Italia y Grecia registraron récords de consumo eléctrico por aire acondicionado, al tiempo que aumentaban las hospitalizaciones por golpes de calor.

El dilema de las emisiones

Aunque los aerosoles y los gases de efecto invernadero suelen originarse en las mismas fuentes —como la quema de combustibles fósiles—, su comportamiento atmosférico es distinto. Mientras los gases como el CO₂ persisten durante décadas y se dispersan globalmente, los aerosoles tienen una vida corta y efectos locales.

Esto significa que, al reducir aerosoles, los beneficios sobre la salud son casi inmediatos, pero el impacto térmico también. Y esa rapidez agrava la vulnerabilidad urbana, especialmente en ciudades donde no se ha invertido en adaptación climática.

Europa: entre el aire limpio y el calor extremo

En Europa occidental, las políticas de calidad del aire aplicadas desde los años 80 han tenido éxito al reducir la contaminación por dióxidos de azufre y partículas finas. Pero esa mejora ambiental ha coincidido con un repunte alarmante de olas de calor urbanas.

El estudio anticipa que en las próximas dos décadas podrían sumarse hasta 40 días extra de calor extremo al año en zonas urbanas de países como España, Francia o Alemania. Este fenómeno se agrava por la isla de calor urbana, que eleva las temperaturas locales hasta 4 °C más que en áreas rurales cercanas.

Prepararse para lo inevitable

La solución no está en frenar la limpieza del aire —al contrario, seguir reduciendo aerosoles es vital para la salud pública—, sino en redefinir la planificación urbana. Las ciudades necesitan anticiparse al calor:

  • Infraestructura resistente: materiales reflectantes, techos fríos, redes eléctricas reforzadas.
  • Diseño urbano inteligente: más vegetación, sombras naturales, corredores de ventilación.
  • Servicios sociales adaptados: centros de refrigeración, alertas tempranas, atención prioritaria a población vulnerable.
  • Coordinación climática: integrar salud pública, urbanismo y energía bajo una misma estrategia.

Ciudades como Barcelona o Rotterdam ya están aplicando estos enfoques, combinando techos verdes, pavimentos permeables y mapas de vulnerabilidad climática para priorizar intervenciones.

Más información: Anthropogenic aerosol changes disproportionately impact the evolution of global heatwave hazard and exposure – IOPscience

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