Ruta con lo mejor que ver en Kazajistán (Guía de viaje) – El rincón de Sele
¿Cómo explicar o delimitar un viaje a Kazajistán? Del vasto desierto que millones de años atrás estuviera sumergido bajo un mar ahora inexistente a gélidos lagos alpinos y montañas de hasta siete mil metros por las cuales todavía pulula el fantasmagórico leopardo de las nieves. De la llanura infinita donde crecen los tulipanes de manera salvaje y el viento hace vibrar la puerta blanda de una yurta, símbolo nómada por antonomasia, a un entramado de cúpulas turquesas y azulejos con versos coránicos guardando a buen recaudo la tumba de un místico sufí encargado siglos atrás de descender los dogmas religiosos hasta el polvo mismo de la estepa. Caballos galopando salvajes a tu paso y mezquitas subterráneas donde todavía se percibe el susurro de viejas historias de la ruta de la seda. Paisaje ondulado y grietas abiertas en la tierra donde se mezclan los colores haciendo verdaderos imposibles y techos dorados de viejas iglesias ortodoxas rusas en ciudades edificadas en un territorio que hasta ahora nunca había entendido de urbes inmensas y en el cual aún se habla más de clanes familiares que de fronteras. Así es Kazajistán, el noveno país del mundo en cuanto a superficie terrestre se refiere, un sol imposible de alcanzar en Asia Central que abre la puerta por China y se despide en el Mar Caspio en una larga letanía, misteriosa por la mayoría, pues continúa siendo un lugar misterioso e ignoto que cuesta soñar con la nitidez de otras naciones que posiblemente han sabido vender mejor sus atractivos turísticos.
Este pueblo de pueblos, permite acariciar sin tumultos sus muchas maravillas naturales y culturales, se asemeja realmente a un laberinto sin final donde todo está a la espera, realmente, de ser descubierto. Inabarcable como pocos, nos recibió recientemente con las galas de una incipiente primavera para permitirnos trazar en el mapa la ruta de un viaje tan extraordinario como diferente. Y, acumulando experiencias diversas, nos mostró una naturaleza vívida, rincones históricos de primer nivel y un conglomerado cultural digno de estudio, así como una gastronomía más que interesante con influjo de sus poderosos vecinos. Al regreso, con paciencia y seguramente dejándome mucho en el tintero, vuelco mis notas para mostrar el recorrido y experiencia personal en, quizás, algunos de los mejores lugares que ver en Kazajistán a sabiendas de que, con un tamaño superior al de Europa Occidental, no son apenas más que unas tímidas pinceladas de lo mucho que, en realidad, tiene para ofrecer.
KAZAJISTÁN, EXPEDICIÓN EN TIERRA DE NÓMADAS DE ASIA CENTRAL
Resulta paradójico que a más de uno le suene Kazajistán con cierta vaguedad por ser el país natal del personaje cinematográfico de Borat, encarnado por el actor británico Sacha Baron Cohen, dando lustre a una película satírica en la cual, a través de la irreverencia de su protagonista, se llevaba en realidad a cabo una feroz crítica social de la sociedad estadounidense. Y, para ubicar la procedencia del descarado antihéroe, a Baron Cohen se le ocurrió situar su procedencia en un país del que nadie sabía nada o casi nada. Ni siquiera él mismo. Surgiría entonces en el imaginario de la extravagancia esta ex república soviética independizada de la URSS en diciembre de 1991, que había servido como un campo de pruebas nucleares del Kremlin durante la Guerra Fría y que los propios rusos trataron siempre como su propio cortijo para, entre otras cosas, plantar algodón en el desierto, secar el Mar de Aral, lanzar cohetes al espacio (algo que sigue sucediendo en el Cosmódromo de Baikonur), deportar presos políticos y, en definitiva, yuxtaponer el afán imperialista al rico legado de una nación de naciones dentro de Asia Central. Ni que decir tiene que a los kazajos la película no les gustó un pelo, llegando incluso a prohibir su exhibición durante unos años, porque les muestra erróneamente como un pueblo atrasado y habitado por seres zafios, bárbaros y criminales. Nada más lejos de la realidad, pues Kazajistán hoy día es un país rico, moderno, independiente energéticamente hablando y con unos índices de criminalidad que ya quisieran otros estados supuestamente avanzados.
Pero, curiosamente, la visión descarnada ofrecida en la película consiguió el efecto contrario al que los propios kazajos imaginaban. Al colocar al país asiático en el mapa, hubo gente que empezó a indagar sobre el mismo. Y fueron deshaciéndose los tópicos uno a uno. A través de un relato donde se potencia la vibrante historia y cultura de este nuevo estado, Kazajistán ha seguido fortaleciendo sus propios cimientos para enorgullecerse de sí misma y mirar al futuro con cierta esperanza. Juega, además, con cierta ventaja en algunos aspectos relacionados con su joven industria turística, como es la superación constante de expectativas de quienes les visitan, algo que hoy día en un mundo interconectado del que se parece saber todo y el suelo está ya muy pisado, se valora de manera notable. Resulta cada vez más difícil encontrar destinos que sorprendan, que nadie se los espere. Y puedo asegurar que después de haber visitado Kazajistán, tengo la certeza y cierta optimismo de que sí, en efecto, aún quedan lugares donde todo es mucho más de lo que se imagina. Hasta el punto de situarlo muy alto en mi lista de países donde, de verdad, he disfrutado un destino fabuloso como pocos y donde todo, aún, está por salir a la luz.
¿Qué ver en Kazajistán? Hoja de ruta en el país más grande de Asia Central
Moderno pero garante de las tradiciones más ancestrales. De alma nómada y parajes incorruptos. Con la inmensidad y la hospitalidad como armas eficaces contra los prejuicios, Kazajistán nos brindó una experiencia colosal merecedora, sin duda, de ser plasmada en la presente hoja de ruta. Un recorrido de dos semanas de duración y tres fases o zonas diferenciadas en un país con una superficie terrestre bastante similar a la de Argentina, India o más de cinco veces España, para hacernos a la idea. Del extremo occidental kazajo bañado por el Mar Caspio a la frontera con China hay unos 2500 kilómetros en línea recta, por lo que en todo viaje que se precie a este enorme país de Asia Central se debe tener en cuenta muy bien qué áreas escoger. Y, para ello, en uno de los viajes de autor que organizo para hacer junto a los lectores de este blog en los últimos años, nos costó parir el itinerario para los dieciséis días de que disponíamos, pero dimos con un plan lo más sensato posible, capaz de aglutinar zonas naturales muy salvajes tanto de montaña como de desierto, núcleos urbanos de interés y monumentos extraordinarios, con el hilo conductor de la Ruta de la Seda siempre de fondo (algo, que, por cierto, continuaremos en 2026 con un apasionante viaje a Uzbekistán y Turkmenistán). Es decir, una hoja de ruta que prometía, sobre todo, diversidad y nos devolvía, de nuevo, la sensación inenarrable de no cruzarnos con apenas unos pocos turistas en todo el tiempo que pasaríamos en el país. Decidimos, además, salir el principio de la primavera (salimos a finales de marzo) para situarnos fuera tanto del frío invernal, que en Kazajistán llega a ser bastante extremo, como del calor tórrido que nos hubiera impedido disfrutar de las amplias zonas desérticas por las que íbamos a pasar.
Las tres zonas visitadas, en las que profundizaré a lo largo de este artículo, fueron las siguientes:
- PROVINCIA DE MANGYSTAU: Del Caspio a los desiertos que millones de años compusieran los fondos marinos del Mar de Tetis. Una ruta increíble con todoterrenos súper equipados para acampar junto a formaciones geológicas extraordinarias en una especie de Monument Valley que superó todas nuestras expectativas. Probablemente lo más impactante de todo el viaje. Pura aventura en un lugar que podríamos tildar de “otro planeta”.
- PROVINCIA DE ALMATY: Tanto la ciudad de Almaty, capital hasta hace pocos años, como sus alrededores están repletos de maravillas. Entre ellas el Parque Nacional Altyn-Emel, el más grande de cuantos posee Kazajistán, con los montes Aktau y la duna cantora como máximos baluartes. También transitamos por los lagos alpinos Kaindy y Kolsai, en un área que, de pronto, te mete en Canadá o Alaska, para después caer en una inmensa grieta conocida como el Cañón de Charyn (también Parque Nacinal). Para el último día dejamos el Parque Nacional Ile-Alatau para subir a más de 3000 metros de altura desde donde pudimos ver glaciares. Por el camino hubo muchas más sorpresas, entre las que destaca la mezquita de Jarkent, junto a la frontera con China y en un estilo arquitectónico que fusiona Asia Central con lo mejor de las pagodas del Lejano Oriente. ¡Una joya!
- REGIÓN DE TURKESTÁN: Limítrofe con Uzbekistán, se trata de la parte de Kazajistán con mayores muestras de la Ruta de la Seda. El principal lugar de peregrinación en la región y en el país es el mausoleo de Khoja Ahmed Yasawi, un místico sufí considerado un hombre santo por los nómadas de Asia Central. El gran Tamerlán, artífice de un poderoso imperio y seguidor de los preceptos de Yasawi, mandó erigir una tumba acorde a esta figura religiosa que nos recuerda bien a las maravillas de Samarcanda, aunque quedó inacabada. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad y por sí sola merece la pena viajar hasta esta provincia, aunque también incluiríamos las ruinas arqueológicas de Otrar, ciudad fortificada de la Ruta de la Seda y donde fallecería el propio Tamerlán en 1405, el mausoleo de Ayrstan Bab, mentor del propio sufí, la milenaria Sayram o la nueva mezquita de Shykment, recién inaugurada y entre las más bellas de Asia Central.

¿Y si indagamos en cada una de estas áreas? ¡Allá vamos!
PROVINCIA DE MANGYSTAU (KAZAJISTÁN)
La provincia de Mangystau se encuentra en el suroeste de Kazajistán, a orillas del mar Caspio, y linda al sur con Turkmenistán. Es una región árida y poco poblada, conocida por sus paisajes desérticos y surrealistas, con formaciones rocosas esculpidas por el viento, cañones, mesetas y cráteres salinos. Nosotros accedimos al país por su capital, Aktau (vuelo directo desde Estambul) cuyo origen se explica por el afán de los soviéticos rusos en los años sesenta para explotar los yacimientos de uranio y servir también como nudo distribuidor desde el Caspio. La ciudad fue nuestra puerta de entrada para, desde allí, salir a descubrir las maravillas del Mangystau, uno de esos lugares que parecen de otro mundo: vasto, silencioso y profundamente magnético. Hogar de maravillas geológicas como Bozhira, la meseta de Ustyurt o el valle de Torysh, también conocido como el “valle de las esferas” y que guarda innumerables historias en sus muchas mezquitas subterráneas. Ansiábamos perdernos en lo remoto y conectar con lo esencial. Y, sin duda, lo conseguimos.
Aktau, puerto de entrada
Aktau (Ақтау) se fundamenta como la capital de la provincia de Mangystau. Situada a orillas del mar Caspio, parece una ciudad suspendida entre el desierto y el agua, de la que nadie entendería el sentido de su existencia sin el mismo razonamiento que hallaron en la URRS para establecer en este lugar de apariencia inerte un asentamiento para trabajadores involucrados en los yacimientos de uranio y petróleo de la zona. Así se decidió en 1958 y, desde entonces, creció de manera lineal con una atmósfera única que mezclaba practicismo soviético y vastedad natural. Hoy día, aunque esta metrópoli evoluciona a pasos agigantados, se percibe a la perfección esa rémora brutalista, aderezada, eso sí, con inmensos murales con personajes ilustres de la historia kazaja, si bien al más puro estilo de la propaganda comunista de antaño.
Si nos dejamos arrastrar por el pesimismo únicamente por su trazado cuadriculado y su arquitectura funcional estaríamos cometiendo un gran error. Aktau sólo pide una oportunidad al visitante, acudir a asomarse al Mar Caspio y acariciar su luz (los atardeceres a pie de costa son extraordinarios). Y eso hicimos. Momento en el cual empezamos a apreciar ciertos encantos en esta ciudad que huye del desierto para introducirse en el agua de este mar interior que comparte con estados como Turkmenistán, Rusia, Azerbaiyán o la República Islámica de Irán.
De Aktau destacan sus “sovietistanadas” como el memorial de la II Guerra Mundial representando una yurta abierta y una llama eterna, así como los relieves escultóricos de los héroes kazajos durante el conflicto bélico, un avión supersónico Mig-21 emergiendo de un pedestal (a un minuto escaso del monumento conmemorativo anterior) o un faro curiosísimo adherido y perfectamente integrado entre dos edificios sesenteros y horrendos de viviendas que representan a la perfección el practicismo fundacional de esta ciudad. Lo de que en la Plaza Astaná, en tiempos la principal de la ciudad con los principales edificios municipales (ahora escuela de música), haya una supuesta réplica de una de las carabelas de Cristóbal Colón, utilizada como símbolo para vanagloriarse a sí mismos como pioneros en descubrir y explotar este secarral junto al Caspio, llega a tener su gracia. Junto a ella el hotel más viejo de Aktau y las primeras hileras de edificios impersonales le devuelven a uno a la realidad.
Pero lo que realmente define a Aktau, y para bien, es su entorno: las playas que se se abren al Caspio y, sobre todo, los acantilados calcáreos que caen en picado al mar y que se pueden recorrer durante varios kilómetros a través de unas acertadas pasarelas de madera de reciente construcción (2019). Las mismas nos permitieron escabullirnos del estropicio arquitectónico patrio y disfrutar de unos muros naturales extremadamente erosionados donde, esta vez sí, nos sentimos en un paraje costero amable, tranquilo y acogedor. En el puerto viejo contratamos un paseo en barco (aprox 6€ por persona) para disfrutar de la brisa marina, uno de los escasos pasatiempos que los locales y visitantes encuentran en esta ciudad.
+ CONSEJO PARA COMER EN AKTAU: Al igual que en buena parte de Kazajistán, sobre todo en las ciudades, se come fenomenal si se quiere. No puedo dejar de recomendar acudir al restaurante Ajdyn (Айдын) con vistas al mar y probar aquí algunas de las delicias gastronómicas locales. Aunque tiene una carta muy amplia, destaca el Beshbarmak, plato nacional kazajo (también presente en otros países vecinos como Kirguistán) consistente en una especie de cocido (sin garbanzos) con carne hervida de cordero, caballo o cordero (a veces un mix de todas ellas) en su propio caldo, mucha cebolla y sobre una capa de fideos de masa casera (la misma que sirve para hacer los dumplings o mante). Se traduce como “cinco dedos” porque lo tradicional es comerla con las manos y con ella se hubiera podido alimentar el ejército de Tamerlán (todo él, además). Excelentes también nos parecieron sus pimientos rellenos de carne y arroz, con una contundencia que no afecta a su sabor exquisito.

Kyzylkup, el tiramisú (el comienzo de nuestra aventura en 4×4 por el desierto de Mangystau)
Aktau sólo era la llave que nos abriría todo lo que estaba por venir. Nuestro plan consistía en pasar varios días accediendo con todoterrenos y pertrechados con equipo de acampada y víveres a zonas salvajes y profundas del desierto de Mangystau donde destaca la gran meseta de Ustyurt. El denominador común del área radica en que toda ella forma parte de un antiquísimo lecho marino del desaparecido océano de Tetis unos sesenta millones de años atrás, por lo que abundan los fósiles de especies submarinas y peculiares formaciones geológicas desde los cuales se vislumbran paisajes con colores únicos en uno de los desiertos más extraordinarios y pintorescos del planeta.
La primera parada, a unos doscientos kilómetros al este de Aktau, tras dejar atrás las ciudades petrolíferas de Janaozen y Uzen, y con los vehículos a tope de combustible (unos iban a gas y otros con gasolina), tuvo lugar en Kyzylkup, más conocido por los locales como “El tiramisú”. Tras desviarnos de la carretera y tomar pista, encontramos este lugar donde, de forma excepcional, los sedimentos del fondo se vieron alterados cíclicamente por la presencia de hierro y otros minerales, lo que dio lugar a unas capas de intensísimos tonos rojizos. Además, la interacción con otros minerales dio paso a estratos con matices blancos, ocres, amarillos y marrones. Éstos se alternan como si alguien hubiera espolvoreado cacao y azúcar en capas perfectamente horizontales. El efecto visual ejerció en nosotros pura hipnosis. Caminando por sus suaves laderas, allá donde la tierra hunde los pies, uno tiene la sensación de estar en un escenario creado por un artista, más que por la naturaleza y el paso del tiempo.
Ni rastro de vegetación. Sólo tierra, color y silencio. En la pureza de aquel árido paisaje residía toda su magia. De esos lugares que no aparecen en los mapas turísticos tradicionales, pero que supusieron un prólogo excepcional dentro de una ruta en 4×4 que no había hecho más que comenzar. Nuestros conductores, que eran rusos, antes de que bajáramos de fotografiar el tiramisú, nos tenían preparada una comida a base de pollo asado y remolacha que devoramos. Un picnic que nos supo a gloria.
Al sur, aunque no llegamos, se suele visitar la fotogénica montaña Bokty, con unos estratos blancos y rojizos bastante parecidos a los del tiramisú. Con ciento sesenta y cinco metros de altura, a Bokty se le considera un monumento natural de Kazajistán, destacado incluso en el billete de 1.000 tenge.
Valle de Bozhira, la joya de la corona del Mangystau
Esta reserva protegida que ocupa más de 3000 kilómetros cuadrados de desierto en el corazón de la provincia de Mangystau justifica por sí sola un viaje a Kazajistán. Bozhira se confirma, de largo, como uno de los paisajes más sobrecogedores e irreales de Asia Central. Situada en la meseta de Ustyurt, se podría equiparar a un decorado perfectamente esculpido por gigantes, pero debe explicarse de manera veraz como un antiquísimo fondo marino ahora en superficie, el cual, durante millones y millones de años fue tallado a base de agua, viento y tiempo. Causantes, entre otros, de un erosión máxima en un paraje capaz de cortar la respiración. No existen las carreteras para penetrar en él. El terreno es árido y vehemente. A medida que se avanza por las pistas de tierra no desaparecen las asperezas sino, todo lo contrario, se vuelve estrepitosamente abrupto y hostil, convirtiéndolo en sólo apto para avezados conductores en situaciones comprometidas. Cuesta imaginar cómo siglos atrás vio pasar por delante a innumerables caravanas de camellos en su ruta hacia o desde el Caspio.
La roca caliza se alza caprichosa en acantilados, crestas afiladas como cuchillos y, en ocasiones, en colmillos en mitad de la nada. A veces surgen islas de forma espontánea, algunas conformando pareidolias que invitan a sus testigos a agudizar la percepción de figuras conocidas. La primera que vemos desde altura nos recuerda a una yurta como las que los nómadas llevan utilizando miles de años en las estepas y desiertos de Asia Central, pero es fácil divagar en parecidos razonables casi en cualquier momento. Los vehículos despiden una opaca polvareda a su paso, la única capaz de interrumpir la extraordinaria nitidez de una tarde prometedora que se forjaría a fuego lento. Eso de no saber dónde vas realmente, imaginar qué se sucederá tras el próximo recodo o un alto, nos hacía mantener la atención o, cuando nos deteníamos, abrir las puertas y escapar por unos instantes a seguir inhalando la pureza de aquel entorno cargado de monumentos esculpidos por la propia naturaleza.
En una de nuestras muchas paradas ascendimos una pendiente rocosa por un camino casi inapreciable que zigzagueaba para dejarnos ir tomando cierta altura. No nos exigió más que unos pocos minutos, en realidad. Sería allí donde, en un glorioso mirador, divisáramos en plenitud el corazón de Bozhira. Paralizados por la incredulidad permitimos que nuestros ojos planearan al igual que haría un águila a través unos crestados estrechos que remataban en dos poderosas agujas calcáreas. Aquellos cuernos emergían de manera sutil en la llanura árida e interminable. Simulaban, sin saberlo, los restos de un templo abandonado por dioses de otro tiempo. Pero estos esbeltos vigías de un horizonte tan asimétrico y quebrado eran apenas los testigos de un prodigio aún mayor que veía cómo se sucedían de manera espontánea bordes de piedra idóneos para rasgar cualquier silueta. Dicen que cuando la belleza es puramente salvaje, no necesita ornamentos. No les falta razón.
Nuestro benefactor en este viaje era un joven tayiko llamado Nazar, quien arriba nos señaló con cierto entusiasmo que, tras aquellos cuernos rocosos estableceríamos el campamento. No se me ocurriría, en absoluto, un lugar mejor que aquel para pasar la noche. Observar las estrellas o despertar junto a semejantes colosos nos ofrecería la experiencia de sentirnos diminutos ante una naturaleza grandiosa y primigenia. Aquella tierra se plasmaba delante de nosotros cruda, intacta, capaz de murmurar donde uno sólo espera silencio. Bozhira no se trata de un lugar que se visite sin más, sino que se respira, viaja por los pulmones, navega por tus venas y, cuando te das cuenta, jamás toma el camino de vuelta.
Imagen de dron tomada por Roberto C. López
Quedaba, por tanto, descender, que no era poco. Fue entonces cuando vimos a nuestros conductores acariciar la épica con los robustos todoterrenos y mitificar, aún más si cabe, un viaje a las entrañas de estos prehistóricos fondos marinos expuestos a los elementos y a la adversidad de un tiempo que transforma segundos en eternidad. A medida fuimos adentrándonos en el valle el suelo se volvió aún más blando. Las paredes de roca, a las que debíamos mirar en esta ocasión por encima de los hombros, exhibían estratos perfectamente definidos, como si se tratara de las páginas manoseadas de una gran enciclopedia de Geología con millones de años de datos en su haber.
Nos encontramos con los grandes cuernos de Bozhira, pero esta vez desde el punto de vista contrario. En un diminuto altozano redondeado ascendieron los coches hasta detenerse. Los restos de una antigua fogata nos hizo ver a todas luces que era el núcleo elegido para pasar la noche. De pronto, cuando apenas nos había dado tiempo a abrir las puertas y tomar unas fotografías de mayor icono del Monument Valley kazajo, nuestros conductores rusos ya habían establecido un espacio para la cocina y otro como comedor. Las tiendas las montamos nosotros formando una fila para que todos y cada uno de nosotros cuando nos despertásemos a la mañana siguiente tuviéramos la primera vista del día aquellos cuernos o colmillos rocosos iluminándose con las primeras luces del alba.
El campamento Bozhira, durante nuestra noche inaugural en el vasto desierto de Mangystau, nos permitió caminar a solas en medio de aquella nada, jugar a adivinar constelaciones en los cielos más estrellados que habíamos tenido a nuestra disposición en mucho tiempo, compartir una cena estupenda entre quienes habíamos dejado de ser compañeros hace mucho tiempo para encontrarnos entre amigos y dormir en uno de los rincones más remotos de Asia Central. En ocasiones pensaba en quienes mucho antes que nosotros habían pasado frías noches de desierto en plena ruta caravanera no sabiendo qué les podía deparar al día siguiente.
En efecto, despertar tuvo premio. Cada uno se fue incorporó a su ritmo a la nueva mañana. Creo que todos los miembros de este gran equipo vivieron, a su modo, su momento zen durante el amanecer. Algunos salimos a caminar solos para recibir los primeros rayos del sol, con los cuernos de Bozhira siempre de telón de fondo. Aquella luz tempranera les sentaba tan bien, que resultaban hipnóticos. Era imposible dejarlos de mirar. Me recordaba a lo que me sucedió en la montaña en forma de corazón de la isla groenlandesa de Uummannaq, que no era capaz de quitarle el ojo, como si cada parpadeo o darme la vuelta fuese a deshacer por completo aquella maravilla.
Tras el desayuno salimos, esta vez juntos, a caminar por el lado de atrás que no se veía desde el campamento. Nos metimos en otro valle que aportaba un elemento diferente, la de tener repartidas numerosas bombas volcánicas y restos de cordadas, rocas con una superficie ondulada y rugosa donde se vislumbraban a la perfección los pliegues de lava solidificada. Hablamos de volcanes submarinos extremadamente antiguos que explosionaron bajo el agua. Paseando y agudizando mínimamente el sentido de la vista, resultaba extremadamente sencillo encontrar fósiles de forma constante. Se trataba de restos petrificados de organismos marinos que habitaron el océano tropical de Tetis. Incluso con suerte suele haber quien se tope con dientes de tiburón o partes de criaturas de gran tamaño, aunque lo más normal son los amonites y otros moluscos cefalópodos ya extintos.
Más adelante nos dirigimos a otra área próxima con colmillos y formaciones puntiagudas de piedra completamente blancas. Allí la roca caliza era tan resplandeciente que daba la sensación de que pisábamos nieve en pleno desierto. Desde arriba veía a mis compañeros diminutos como hormigas. Hormigas solitarias porque en todo el tiempo que allí pasamos no vimos absolutamente a nadie.
No quedó más remedio, porque nos esperaban nuevas aventuras, que despedirnos de Bozhira, pero no de las muchas maravillas que nos seguían aguardando en nuestra aventura por la provincia de Mangystau.
Las mezquitas subterráneas (Beket-Ata y Karaman-Ata)
En este territorio, a priori inhóspito pero de gran belleza natural esculpida, también merece la pena indagar en las que son sus entrañas. Porque, incluso donde no alcanza la vista, sus gentes siglos atrás se aprovecharon de la particular orografía del terreno para idear lugares del culto con el objeto de que los nómadas del desierto o los viajeros en esta singular vertiente de la ruta de la seda pudieran acudir a ellos y rezar. Me refiero a las mezquitas subterráneas del Mangystau, joyas desconocidas en el subsuelo o en la montaña que se cuentan por decenas y que, a pesar de considerarse santuarios levantados por entonces bajo el dogma de la fe del Islam, para muchos se trataba de refugios espirituales bajo la tierra donde poder comunicarse con los dioses en los que creían, independientemente de la religión que profesaran. Y, de paso, resguardarse por unas horas, o incluso unas jornadas, de las condiciones extremadamente duras que tenían en la superficie.
La tradición de las mezquitas en cuevas procede de antiguo en la región, pero se puede considerar a Khoja Ahmed Yasawi, el maestro sufí enterrado en Turkestán, como uno de los más célebres anacoretas dentro de Asia Central, pues tras llevar el Islam a los nómadas de Kazajistán, un público complicado al que supo llegarles al corazón, se retiró a vivir en la oscuridad de una cueva a los 63 años, la misma edad con la que murió el Profeta Mahoma. A partir de entonces muchos de los seguidores de Yasawi perpetuaron esta tradición también presente en otros cultos religiosos como el cristianismo, el budismo o el hinduismo. En Mangystau el más famoso fue, sin duda, Beket Myrzagululy, un maestro sufí que vivió en el siglo XVIII y que, al igual que el propio Yasawi, mezclaría en su discurso elementos del islam sufí con las tradiciones animistas locales. Sincretismo con el que cedería un necesario espacio a la diversidad espiritual en esta parte de Asia Central. Un dogma transmitido de manera oral donde, además, se volcó personalmente para ejercer como un auténtico padre hacia sus numerosos fieles, ofreciendo alivio espiritual y educación a los mismos. Fue conocido por sus habilidades curativas así como milagros, razón por la que acudían a verle (y siguen acudiendo a rezar ante su tumba) peregrinos de Kazajistán y otros países del centro de Asia cientos de años después de su fallecimiento. La tumba subterránea o mausoleo de Beket Ata (en Kazajistán con “Ata” se refieren a los hombres santos o padres en el sentido espiritual del término) es, sin lugar a dudas, la más venerada en el oeste del país.
Acudimos para conocer este lugar de peregrinaje donde pudimos comprobar cómo la naturaleza había hecho buena parte del trabajo. Para llegar a la tumba del sufí hubo que descender un largo y empinado sendero que serpenteaba por un cañón de arenisca. Aunque la bajada no suponía un problema, nuestra cabeza se fue adelantando a los acontecimientos, cuando todo ese camino debíamos hacerlo también de vuelta con unos cuantos grados de más (para ir se requiere llevar agua suficiente). Nos mezclamos entre aquellos peregrinos que acudían a la tumba del sabio en busca de bendición y consuelo. Una vez abajo, tras una pared de roca, vislumbramos la puerta a una pequeña gruta. Dejamos los zapatos fuera y nos introdujimos curvando la espalda en la estancia pintada de blanco que había a la derecha, donde nos esperaba el guardián del monumento funerario. Éste se puso a rezar a nuestra llegada, y tras unos pocos minutos, nos recomendó pasar, ya sin él, a otra sala donde una columna de madera con pañuelos anudados así como una alfombra componían la única ornamentación de un lugar capaz de envolver al visitante en una quietud profunda. Tras ello, fue momento de retornar sobre nuestros pasos. El esfuerzo físico y el calor, sobre todo, hicieron mella en el grupo, pero había merecido la pena.
Cabe destacar que a unos kilómetros de este recinto religioso, se encuentra Shopan-Ata, otro enclave espiritual relacionado con el linaje místico de Beket-Ata, un lugar más antiguo y también cargado de simbolismo con innumerables tumbas y monumentos funerarios. Aquí descansa el considerado como mentor espiritual del propio Beket, pero coetáneo de Yasawi y, por tanto, siglos más viejo, pero, por entonces, en la rama sufí que profesaban, creían fervientemente en que la transmisión de los distintos mensajes y enseñanzas entre estos hombres se producía a través de los sueños
Algo más cerca de la costa, Karaman-Ata, mezquita y necrópolis a las que nos dirigimos ya el último día de la expedición, retornamos nuevamente a la espiritualidad bajo tierra. Menos conocida que Beket-Ata, pero bastante más extensa y redescubierta a finales de los años setenta, esta mezquita excavada en la roca rezuma sobriedad y recogimiento. Rodeada por un extenso cementerio de estelas de piedra —algunas esculpidas con símbolos nómadas y toscas inscripciones—, Karaman Ata nos trasladó a un portal entre dos mundos: el de los vivos y el de los ancestros que descansan en la vastedad del Mangystau. Una de las personas que guardaba este monumento nos aclaró que en esa mezquita habían venido a rezar (y seguían haciéndolo) personas de distintas creencias religiosas. Algo que, como comenté anteriormente, resultaba posible en tiempos de la Ruta de la seda cuando podían acudir gentes de distintas confesiones. Además, las tumbas de los considerados como hombres santos como Beket-Ata, Shopan-Ata o Karaman-Ata, entre otros muchos, eran considerados como fuentes sagradas de benevolencia y fortuna, por lo que a menudo los recorridos de caravanas variaban su trayectoria para que los viajeros pudieran honrar a estas personas y limpiar sus almas.
Visitar estas mezquitas subterráneas en la provincia de Mangystau os aseguro que va mucho más allá de admirar un mero vestigio arqueológico. Es, al fin y al cabo, adentrarse en la memoria viva de un pueblo de nómadas que supo encontrar, en lo más profundo de la tierra, un cobijo para el espíritu.
Sor Tuzbair, el gran salar de Kazajistán
De Beket-Ata a Sor Tuzbair necesitamos en torno a tres horas atravesando las inagotables llanuras esteparias. A menudo nos cruzábamos con grupos de caballos o de camellos bactrianos pastando salvajes. Se apartaban a nuestro paso mientras los entregados conductores rusos ingresaban en un verdadero laberinto de pistas de arena e interrogantes donde otros nos hubiésemos perdido tras el primer kilómetro. También pudimos observar innumerables tortugas de tierra y marmotas que se ocultaban raudas en sus madrigueras en cuanto nos veían llegar. De pronto, la monotonía esteparia se tintó de blanco en un inmenso salar con una laguna poco profunda que se alimenta de las escasas lluvias invernales, anchas orillas de barro reblandecido y, todo ello, flanqueado por acantilados de tiza desconcertantemente estriados por miles de grietas formadas a lo largo de una constante e inevitable erosión.
Tuzbair y sus acantilados blancos nos mostraron nuevamente la cara más extraterrestre y sorprendente de Mangystau, aunque esta zona de abundante sal tiene el mismo origen que el resto de la provincia, debiéndonos retrotraer una vez más al antiguo océano Tetis. Razón por la cual también abundan en la zona los fósiles.
Imagen de dron tomada por Roberto C. López
Se trata de un pequeño Salar de Uyuni, pero, a diferencia de la gran maravilla de Bolivia, le aportan presencia las agrietadas y fotogénicas montañas blancas además de las ventajas de un turismo prácticamente inexistente en el área. Fotográficamente hablando a cualquier hora, aunque sobre todo temprano y a la tarde, se puede considerar un prodigio en el que jugar con la perspectiva y disfrutar del vacío del desierto teñido con la pureza del blanco absoluto.
Situarse bajo un gran arco de yeso está entre uno de los quehaceres en Tuzbair. Pero el mero hecho de caminar, o más bien deambular sin rumbo, por su gran costra de sal justifica las horas que requiere alcanzar este lugar.
Atrapados en un fuerte vendaval y pareciendo imposible pernoctar fuera, terminamos hallando cobijo en uno de los corredores más estrechos de la zona, pudiéndonos proteger del viento y montar entre todos un campamento genuino y divertido donde, una vez más, las estrellas se convirtieron en nuestra mejor compañía.
Kok-kala (Kokala), el desfiladero de los fósiles jurásicos
A varias horas de Tuzbair y muy próxima a Sherkala, el monte sagrado en forma de yurta convertido en todo un icono del Mangystau, el desfiladero de Kok-kala nos invitó a indagar en sus corredores erosionados de paredones blancos y rosados, cuyas líneas ondulantes parecían cubrir sigilosamente su silueta con un tejido de seda. Con un viento aterrador, sobre todo en las zonas más altas, nos divertimos bastante profundizando con nuestros pasos en este castillo natural de murallas estratificadas en un paraje multicolor con restos fosilizados de vegetación presente en el jurásico. Si bien no se aprecian huesos ni huellas de dinosaurios, aunque se sabe que por aquí anduvieron, nos bastaba mirar las piedras para encontrar las hojas fosilizadas donde se refleja un paraje tropical muy antiguo y diferente a lo que hoy se puede encontrar en esta región sumamente árida.
Sherkala, la fortaleza del león
Un macizo solitario y aislado disipa la monotonía del paisaje semidesértico circundante. Sherkala, cuyo significado es “fortaleza del león”, se impone en majestad dentro del gran horizonte estepario, elevándose casi como un centinela de roca caliza y advirtiéndose a muchos kilómetros a la redonda. Aquí entran de nuevo las pareidolias, pues hay quien lo ve como un león recostado y vigilante, una particular esfinge en versión kazaja, un fuerte de la Antigüedad en mitad del desierto o incluso una yurta nómada. Todo depende de las distintas perspectivas desde las que se contemple esta montaña de aproximadamente trescientos metros de altitud.
Sherkala se explica como una enorme masa de roca caliza con paredes abruptas surcadas en profundidad por incontables grietas, cavidades y pasadizos naturales. Durante siglos fue la fonda de piedra de las caravanas de la ruta de la seda, llegando a albergar un pequeño caravasar donde los mercaderes y sus animales encontraban cierto resguardo en las frías noches del desierto. Hoy día de todo aquello no quedan más que fragmentos de cerámicas. Incluso las historias se las llevó el viento, que en aquella montaña tiende a soplar con cierta insistencia. Hay quien dice también que la cima sirvió como fuerte real de las huestes del primogénito de Genghis Khan, Jochi, o que valientes guerreros aguantaron durante meses un asedio hasta que los enemigos excavaron un túnel en la montaña bloqueando el acceso de éstos al único pozo con agua que les permitía mantenerse con vida.
Merece la pena bordear este monumento natural considerado todo un icono para los kazajos y darse cuenta que en la actualidad los únicos seres que moran por la montaña y sus alrededores son cientos de tortugas terrestres así como las águilas que planean por los cielos del Mangystau.
Airakty, el valle de los castillos en Mangystau
Detrás de Sherkala, persiguiendo rodadas de manera instintiva durante varios minutos, alcanzamos un escenario que superaba en magnificencia cualquier cosa que hubiéramos imaginado. Habíamos arribado a lo que se conoce como Airakty, popularmente referido con el sobrenombre de “valle de los castillos”, pues el poeta ucraniano Taras Shevchenko, exiliado al Mangystau en el siglo XIX y quedándose prendado de aquellos paisajes, fue de las primeras personas en describir y pintar estas formaciones de piedra caliza que según él recreaban a todas luces las torres, almenas y murallas de regios castillos de otro tiempo. No es de extrañar, pues subidos a un altozano pudimos disfrutar de un universo que dibujaba formas caprichosas con agujas de piedra, acantilados imposibles y grietas que parecían haber sido cinceladas por las manos de un genio.
Con la luz de la tarde, los relieves de Airakty se confundían con las ruinas inmortales de la capital de un reino olvidado y convertido en piedra en mitad de aquel desierto árido. Pero no se trataba de ruinas sino de la constancia de cientos del miles de años de erosión. La naturaleza es capaz de todo lo posible e imposible. Y en el valle de los castillos, donde la mirada no alcanza a agrupar y analizar todo lo que tiene delante, se alcanza un espectáculo visual extraordinario.
DORMIR EN YURTAS
A menos de diez minutos de Sherkala (y poco más de Airakty) nuestro campamento se convirtió en una convivencia de grupo diferente no en tiendas de campaña sino en yurtas recubiertas con piel de camello bastante similares a las que han usado los nómadas de Asia Central durante miles de años. Se trataba del Etno-aul Kogez (Этноаул Көгез) a las afueras de la localidad de Shetpe, un alojamiento basado en yurtas para cinco o seis personas en cada una situado en un bonito entorno. Y con duchas y WC, novedad desde que saliéramos de Aktau. La de pernoctar en una yurta es una de esas experiencias genuinas en la región no deben faltar en un viaje de este tipo.

Cañón de Ybykty Sai, un laberinto de caliza
Tras una noche de yurtas, nos adentramos en Ybykty Sai, un acantilado de piedra caliza cuya naturaleza recreó a un laberinto subacuático pero en superficie. Formado hace más de sesenta millones de años a través del curso turbulento de varios ríos, la piel porosa de sus muros, de unos seis metros de altitud, recuerda al tejido de los corales. La erosión resulta máxima, hasta el punto de que entrar recuerda estar dentro de un panal de abejas petrificado, un pequeño y desconocido Antylope Canyon profusamente agujereado. Muy próximo a la mezquita subterránea de Karaman Ata, detenerse en este cañón siempre es un acierto.
Lamentablemente nos encontramos este monumento natural un tanto vandalizado por grafitis y basura en determinadas áreas, quizás por encontrarse algo menos lejos de la gran ciudad de Aktau y tener un mayor grado de accesibilidad que los sitios anteriormente mencionados. Aún así, jamás habría que saltarse este paraje rocoso donde resulta posible perderse entre pasadizos de caliza de formas extraordinarias.
Valle de las esferas de Torysh
¡Otro cromo para la colección de experiencias en Mangystau!. Y de traca, la verdad. El valle de Torysh, también conocido como el “Valle de las Esferas”, pasa por ser uno de los lugares más peculiares y extraños de esta región kazaja. Es famoso por albergar miles de esferas de piedra de diferentes tamaños que se esparcen por el paisaje árido como si hubieran caído del cielo. Algunas son perfectamente redondas; otras están agrietadas, erosionadas o partidas por la mitad, lo que les da un aire un tanto misterioso y casi extraterrestre. Pero no entremos en la conspiranoia, porque la explicación de la presencia de estas esferas se debe a razones absolutamente terrenales.
Dichas formaciones esféricas son concreciones, estructuras naturales creadas por la acumulación de minerales, sobre todo calcio, y sedimentos orgánicos, alrededor de un núcleo a lo largo de millones de años, en antiguos fondos marinos. Entre la acción de microorganismos, cambios en la presión y la química del agua sedimentaria, y posteriores procesos de erosión, dieron lugar a esta extraordinaria colección de rocas redondas. Algo que se ya pudimos encontrar tiempo atrás en Nueva Zelanda por medio de las Moeraki Boulders (si bien hay apenas hay a la vista unas pocas), aunque el de Kazajistán se considera a día de hoy el mayor campo de rocas de este tipo en todo el planeta, las cuales se cuentan por millares.
Se trata de un terreno extremadamente fotogénico. Una de las rocas está partida por la mitad y permite observar a la perfección las distintas capas que esconde el interior de una de estas formaciones tan particulares.
PROVINCIA DE ALMATY (KAZAJISTÁN)
Aquí tuvo lugar la segunda fase del viaje. A pesar de que Astaná es la capital de facto del país, todo pasa por Almaty, la ciudad más cosmopolita del país y situada bastante próxima a países vecinos como China o Kirguistán. Acompañada por los picos nevados de la cordillera de Zailiyskiy Alatau, parte del sistema del Tian Shan. Esta provincia alberga una riqueza natural y cultural extraordinaria, con paisajes que van desde el colorido del Parque Nacional Altyn-Emel, los cañones rojizos de Charyn (también Parque Naciconal) hasta los lagos alpinos como el Kolsai y el Kaindy famoso por sus árboles sumergidos.
La ciudad de Almaty se convirtió en nuestro punto de partida para explorar parte de esta región montañosa tan repleta de contrastes.
Almaty, modernidad y tradición en la ciudad de las manzanas
La ciudad más grande y poblada de Kazajistán queda a los pies de las las majestuosas montañas de Zailiyskiy Alatau, un telón de fondo natural potente y que se transforma con las estaciones (salvo entrado el verano y principios del otoño, siempre cuenta con nieve). La que fuera la antigua capital del país hasta 1997, pasó de ser un reducto de la Ruta de la seda transformado en un fortaleza rusa y, después, en una urbe con trasiego que siempre supo conservar su elegancia, no ha dejado de ser, en realidad, el motor cultural, económico y social de Kazajistán. Su nombre deriva de la palabra kazaja para “manzana”, puesto que existen teorías que asegura que esta fruta tan universal tuvo aquí su origen ancestral. Quizás no sea verdad, pero de seguro las manzanas en este país tienen un sabor superior a la media.
El ambiente urbano de Almaty fusiona lo moderno con lo tradicional. Vibra, se enorgullece y, a su vez, avanza. Cierto es que no sobreviven restos tan antiguos como en otras ciudades de Asia Central (sobre todo, Uzbekistán), pero cuenta con con edificios religiosos elegantes, avenidas arboladas muy anchas, parques bastante cuidados y, como no podía ser menos, los rasgos caducos de la vieja arquitectura soviética conviviendo con edificios contemporáneos, centros comerciales y cafés de diseño bastante alejados de una rusificación aún enquistada en sus cimientos.
¿Qué merece la pena conocer de Almaty? Toma nota de estos consejos que mucho tienen que ver con nuestra experiencia en la ciudad:
- Camina por Zhibek Zholy, la principal calle empedrada de Almaty y la cual comunica algunos de los principales monumentos, y accede al Parque de los 28 de Panfilov, donde se recuerda un hito muy celebrado por los nostálgicos de la vieja URSS cuando un grupo de kazajos y rusos del Ejército Ruso combatieron contra los nazis muy cerca de Moscú. No falta la imaginería soviética en estatuas y otros monumentos conmemorativos alrededor de una llama eterna.
- En dicho parque, pasea entre jardines, arboledas y elementos bélicos hasta acceder gratuitamente a la Catedral ortodoxa rusa de Zenkov (de la Ascensión de la Virgen), el edificio de madera, aunque está recubierto, más grande de Asia. Un estupendo ejemplo del neobarroco ruso de principios del siglo XX cuyos artífices se esperaron especialmente para aportar colorido y belleza a la ciudad de Almaty. Al otro lado del parque hay otra iglesia de madera, aunque no está sacralizada y alberga una colección de instrumentos musicales.
- Regatea en el Mercado verde de Almaty y hazte con las mejores nueces de macadamia y nueces pecanas de tu vida mientras caminas entre puestos de carne de caballo, verduras y frutas en uno de los espacios más auténticos y fascinantes de toda la ciudad. Anexo al edificio hay callejones de un bazar nada turístico, mientras que en la planta de arriba de despliegan diversos restaurantes y comedores locales donde probar el beshbarmak, el plov, el shashlik y otros platos caseros de la gastronomía típica tanto de Asia Central como de la vecina Rusia. Todo ello a precios de risa.
- Recorre la historia de Kazajistán en su Museo Estatal. Aunque no tuvimos la fortuna de poderlo hacer, ya que cuando fuimos tenía cerradas sus instalaciones, hay distintos artilugios desde la prehistoria hasta el siglo XX. Aunque, lamentablemente, no se encuentra aquí el célebre tesoro del “Hombre de oro”, el cuerpo vestido con escamas de oro y un gran ajuar hallado en esta región en los años setenta y que fue trasladado al Museo arqueológico de Astaná.
- Toma un teleférico a Kok-Tobe y disfruta de las mejores vistas tanto de la ciudad como de las montañas. Allí se encuentra ese enlace certero entre la extensa metrópoli y la imponente cadena montañosa de Ile-Alatau. Con atracciones para los más pequeños, restaurantes, tiendas de souvenirs en un enclave animado donde disfrutar de una de las facetas más lúdicas de Almaty. Ideal para el atardecer y pasear por la noche.
- Más allá, en las propias montañas del Parque Nacional Ile-Alatau, súbete al teleférico en el valle de Medeu hacia la estación de esquí de Shymbulak. Se trata de un recorrido de alrededor de veinte minutos que se inicia junto a la famosa pista de patinaje sobre hiel de Medeu (puro soviet style), que los kazajos adoran, pues se trata de la pista de este tipo a cielo abierto a mayor altitud del mundo (1691 m. sobre el nivel del mar). Una vez en Shymbulak se puede seguir ascendiendo por dos teleféricos diferentes hasta superar los 3200 metros por encima del nivel del mar y apreciar los glaciares adheridos en picos donde la nieve permanece todo el año. Hasta allí acuden los locales y turistas rusos, sobre todo, para esquiar o hacer snowboarding. También ofrecen arriba la posibilidad de lanzarse en parapente hasta el nivel 1 de Shymbulak y se ofrecen varias posibilidades para tomar algo en un domo acristalado con vistas fascinantes y mantitas de lana de oveja (preparan un chocolate caliente con nubes de algodón que te lleva al cielo) o en una yurta típica de Kazajistán acondicionada como cálida y confortable cafetería.
- Contempla el vuelo de las águilas, halcones y otras rapaces en el Santuario de halcones Sunkar. Este centro situado en ubicado en el pintoresco paraje de Alma-Arasan, a las afueras de Almaty, se dedica a la conservación y rehabilitación de aves rapaces amenazadas, como halcones peregrinos, águilas reales, búhos reales, buitres negros y otros como el elusivo quebrantahuesos. Fundada en 1989 para proteger al halcón sacre, especie cuya población disminuyó drásticamente en los ochenta y noventa, esta institución se dedica a la cría, rehabilitación y reintroducción de estas aves en su hábitat natural, habiendo logrado liberar hasta la fecha más de mil ejemplares. Promueve la concienciación sobre la conservación de la vida silvestre mostrando en vivo la herencia cultural kazaja de la cetrería, una práctica tradicional de caza con rapaces, mediante espectáculos educativos y amenos que muestran las habilidades en vuelo y en tierra de estas aves.
No cabe duda que Almaty se trata de un punto neurálgico para todos los viajeros que recorren Kazajistán. Durante nuestra ruta supuso un punto de partida estratégico para explorar algunos de los tesoros naturales del sureste kazajo como el Parque Nacional Altyn-Emel, el increíble cañón de Charyn, los lagos alpinos de Kolsai y algunas maravillas más desconocidas como la mezquita/pagoda de Jarkent. Nos faltaron más cosas, por supuesto, lamentando enormemente no haber podido visitar los petroglifos de Tamgaly, los cuales son además Patrimonio de la Humanidad.
Parque Nacional Altyn-Emel
Ubicado en el sureste de Kazajistán, a más de doscientos kilómetros de la ciudad de Almaty, el Parque Nacional Altyn-Emel debe considerarse como una de las reservas naturales más importantes y diversas del país. Fundado en 1996, sólo en superficie abarca más de cinco mil kilómetros cuadrados de desierto, estepa, grandes montañas y pequeños oasis, dando muestra de ese modo de una tremenda biodiversidad. Se fundamenta con paisajes extraordinarios en la cuenca del río Ili y una gran colección de especies de avifauna, algunas hoy día en peligro de extinción.
A pesar de todo esto, sus infraestructuras, ya sean carreteras, alojamientos en los pueblos por los que discurre, etc., resultan un tanto deficientes pero tampoco para llevarse las manos a la cabeza. Para acudir a los rincones más importantes de Altyn-Emel, como las Montañas Aktau o en la Duna Cantora (Singing Dune), de los cuales comentaré a continuación, sólo existen pistas aptas para todoterrenos, mientras que para pernoctar se puede recurrir únicamente a unas pocas casas de huéspedes o áreas de acampada en el pueblo de Basshi, donde se adquieren los permisos de acceso y circulación por este paraje natural de un tamaño importante que podríamos asemejar con el de la Comunidad Autónoma de Cantabria o La Rioja en España.
- MONTAÑAS AKTAU: Su nombre en kazajo quiere decir “montañas blancas”, debido seguramente a la caliza superabundante en la zona. Pero, en este sistema montañoso de origen sedimentario cuya antigüedad se remonta al Jurásico y el cual, una vez más, saca a la superficie un inmenso fondo marino, se muestra una paleta de colores diversa con blancos, ocres, rojos e incluso rosas encargados de teñir los barrancos, cañones, laderas y formas extrañas producto de una constante erosión. Capas estratificadas al aire que muestran los distintos componentes minerales y te hacen sentir en un cuadro de Salvador Dalí. Deambular por los cauces secos de donde ocasionalmente fluyen ríos, pisando tierra blanca y buscando los mejores encuadres fotográficos, nos permitió gozar dentro de este entorno natural del todo surrealista.
- LA DUNA CANTORA (SINGING DUNE): A unos cincuenta kilómetros al sur de las montañas Aktau (una hora desde Basshi, nuestra base) se llega a la célebre Singing Dune, posiblemente el atractivo de mayor peculiaridad entre los muchos con los que cuenta Altyn-Emel. Tras un viaje por pistas que atraviesan la vasta estepa, con un suculento telón de montañas al fondo y diversos grupos de gacelas atrayendo la atención desde la ventanilla del todoterreno, arribamos a una doble duna de arena de unos ciento cincuenta metros de altura que se extiende a lo largo de tres kilómetros. Creada a base de miles de años de corrientes de aire que apelotonan la arena de la estepa en esta formación siempre en movimiento, la duna cantora contrasta maravillosamente con la cordillera nevada que tiene detrás. En días de viento, como el que fuimos obsequiados cuando la visitamos, la cresta de la duna juguetea como lo hacen las olas en el mar. El viaje que realizan miles de millones de granos de arena aporta movimiento a una escena imbatible muy similar a la que se encontraban hace siglos los mercaderes que viajaban con sus camellos por este territorio.
A lo de caminar por la duna y observar en el trasiego su oleaje arenoso, tangando tierra como si no hubiera un mañana (no sobra nunca un pañuelo para taparse nariz y boca, así como unas gafas de sol), si se le añade la razón por la que los kazajos le dicen eso de “cantora”, el viaje hasta aquí adquiere el mayor de los sentidos. Porque la duna canta, la duna suena… Con la participación del viento arrastrando partículas de manera constante, llega a emitir un sonido grave de menos a más que se inicia como si los tubos de un inmenso órgano subterráneo hicieran aparición en una canción dramática para, a continuación, imitar el ruido de un avión de pasajeros en pleno acto de despegue. Fenómeno producido por la fricción de granos de arena, testigo de civilizaciones que con ello dieron pábulo a leyendas locales donde se advertía a los viajeros de la presencia de criaturas de otro mundo, o incluso de una poderosa deidad guarecida en este pequeño desierto ondulado que se dirige a sus visitantes con una voz profunda y aterradora. Subir hasta la cima de la duna y contemplar desde allí el paisaje del valle del Ili como de las montañas circundantes nos regaló una de las experiencias más inolvidables e impactantes de cuantas vivimos en Kazajistán.
Jarkent y la mezquita en forma de pagoda china
Jarkent (también escrito Kharkent) se trata de uno de esos lugares fuera de ruta que no suelen aparecer en los itinerarios desde Almaty y que esconden una de las maravillas arquitectónicas más curiosas y hermosas de Kazajistán. Esta ciudad de cuarenta mil habitantes situada a unos pocos kilómetros de la frontera con la provincia china de Sinkiang (Xinjiang) se desarrolló en un territorio muy frecuentado durante la Ruta de la Seda. Los cosacos rusos establecieron aquí un fuerte próximo a la frontera con el Imperio chino y, con el tiempo, se convirtió en un nudo de comunicaciones y comercio entre ambos territorios. Dado que muchos chinos musulmanes, sobre todo uigures y hui, huyeron de las persecuciones perpetradas durante la Dinastía Qing a finales del siglo XIX y principios del XX, pasó a ser una ciudad donde las personas provenientes de China se volvieron mayoría. Uigures, hui, rusos y kazajos hicieron entonces de Jarkent un gran mercado donde poder poder comerciar con productos provenientes de Rusia, distintas naciones de Asia Central así como de la propia China. Algo que hoy día se sigue apreciando cuando se camina por esta ciudad repleta de puestos de lo que parece, más bien, un bazar al aire libre.
Pero el interés de Jarkent no pasa únicamente por callejear por mesas con flores, frutos secos, quesos y toda clase de productos que quepa imaginar. En el corazón de la ciudad se yergue uno de esos lugares que muestran a la perfección la mezcla de culturas diversas dentro de un territorio fronterizo. Me refiero a la mezquita de Jarkent, construida a finales del siglo XIX para contentar a la creciente población china que profesaba el Islam. Para ello se contractó a un arquitecto chino que trasladó su experiencia y pasión a este edificio religioso al que le dedicó su vida pues, al poco de finalizarla, fue asesinado en su país por, supuestamente, revelar los secretos de otras construcciones milenarias. Se accede por un iwan o portalón techado típico de Asia Central para, más adelante, apreciar con nitidez un minarete cuyo diseño evoca una pagoda china, con techos curvados hacia arriba, aleros minuciosamente labrados y un colorido repertorio de motivos florales y geométricos pintados a mano. Un extenso patio aguarda a los feligreses para, después, acceder a la gran sala de oración, espacio donde no fue utilizado ni un solo clavo y sostenido por pilares de madera. El mihrab orientado a La Meca así como el mimbar o púlpito donde el imán daba el sermón diario, muestran el esmero con el que fueron efectuados. Las paredes están cubiertas con inscripciones y patrones ornamentales que recuerdan tanto a los templos chinos como a las mezquitas del centro de Asia. Justo detrás, flanqueado también por columnas, surge una nuevo alminar tipo pagoda que se abre paso por los ondulados tejados donde no sobresalen dragones sino con lunas crecientes, pues una de las normas del arte islámico, salvo excepciones, pasa por no incurrir en la inclusión de figuras humanas o en animales.
Desde los tiempos de la URSS, la mezquita china de Jarkent no se utiliza para el rezo y se visita como un museo arquitectónico, pero continúa siendo para sus habitantes y quienes hemos tenido la fortuna de visitarla (la entrada es totalmente gratuita) un refugio onírico donde la espiritualidad continúa latente.
+ ANOTA ESTE LUGAR SECRETO ENTRE ALTYN-EMEL Y JARKENT: En la carretera nº A353 que une la aldea de Basshi con la ciudad Jarkent, tras cruzar llanuras áridas y monótonas, a mitad de camino (hay que calcular en torno a los 75 km desde que se sale de Basshi) emerge una sorpresa inesperada: el Sarytau o Syrt, un conjunto de formaciones erosionadas que rompen la monotonía del paisaje con su apariencia escultórica. No se trata de una montaña propiamente dicha, sino de una serie de cárcavas modeladas por la lluvia y el viento, que han excavado el terreno en formas afiladas, crestas quebradas y barrancos de tonos ocres y rojizos.
Este paraje, inexistente en las guías y que se muestra discreto en los mapas resulta espectacular en el terreno, sobre todo cuando la luz no es muy alta y los estratos quedan al descubierto, dibujando líneas y capas de un delicioso pastel geológico. Sarytau no está ni señalizado con carteles, lo que lo convierte en un hallazgo casi secreto para quienes no se limitan a trasladarse de un lado al otro con el coche. Es un lugar para una breve (en nuestro caso lo utilizamos para hacer una comida pic-nic) pero lo bastante fotogénico para detenerse unos minutos y dejar claro nuevamente que en Kazajistán lo inesperado siempre está a la vuelta de una curva polvorienta y aparentemente anodina.
Lago Kaindy
Abandonamos las áridas estepas para cambiar radicalmente de paisaje. Esta vez tocaba sumergimos en un océano de montañas elevadas, bosques profundos y lagos alpinos donde los colores siempre tienden a buscar el verdor entre algunas de las localizaciones más salvajes y bucólicas de Kazajistán. Ubicamos nuestra base en la localidad de Saty, la cual cuenta con distintos alojamientos, y que nos servía para enlazar de manera más o menos rápida con algunos de los tesoros naturales de un suroeste kazajo con puro carácter alpino. Desde Saty quedan cerca los Lagos Kolsai así como el famoso Lago Kaindy. Visitas que organizamos de la siguiente manera. Por la mañana el Lago Kaindy, volver a comer a la Guest House donde estábamos hospedados, para después pasar la tarde en el Parque Natural de los Lagos Kolsai.
Llegar a Kaindy fue trepidante, pues no existen carreteras hasta el lago. Pero, con nuestros 4×4, pudimos vadear varios ríos con el objeto poder avanzar y adentrarnos en un paraje formidable donde se intercalaban los pastos de altura donde pacía el ganado con densísimos bosques de abetos. También pasaban viejas furgonetas UAZ grises de la época soviética, las cuales con varias décadas a sus espaldas, daban una sensación de mayor fiabilidad y estabilidad que otros vehículos todoterreno (confieso que uno de mis sueños es hacerme con una y traérmela para España), pues se encargan de los traslados de algunas excursiones contratadas en la propia Saty.
Pero, para llegar al lago aún quedaban dos opciones. O caminar siguiendo el río durante aproximadamente media hora o tomar un trecho a caballo en un área más elevada donde las vistas de las montañas resultan más espléndidas si cabe. El final del sendero es el mismo en realidad, el Lago Kaindy, una de las estampas preciosistas kazajas con algo curioso que explica su singularidad. Y es que esta masa acuática, ubicada a unos dos mil metros de altitud sobre el nivel del mar, deja sobresalir los troncos petrificados y desnudos de un bosque de abetos sumergido tras un fortísimo deslizamiento de tierra provocado por un terremoto. En 1911, que fue cuando aconteció el temblor de tierra en la región, el bosque fue parcialmente inundado, naciendo en él un nuevo lago. En la superficie asoman las copas rígidas y secas de los árboles, mientras que bajo el color turquesa florece un bosque con ramas intactas y musgo. Uno de esos lugares donde cabría un reino de cuento de hadas.
Lagos Kolsai
Acceder al Parque Natural de los Lagos Kolsai desde Saty no regala tanta aventura ni romanticismo si lo comparamos con Kaindy, pero parece de recibo destacar que las infraestructuras han mejorado en un país en un avance significativo que se está preparando para un aumento de turismo en los próximos años. Hace apenas un par de años no había nada a los pies del primer lago de los tres con los que cuenta este parque. Ahora se puede dejar el vehículo en un parking, contar con varios sitios donde tomar algo y seguir una serie de cómodas pasarelas de madera para recorrer mejor la zona. Normalmente cuando se tiene poco tiempo se visita el lago grande (Kolsai 1) y más bajo de altitud, mientras que, si se disponen de mayores posibilidades, se puede pasar al segundo lago (Kolsai 2), contando para ello con más de siete horas entre ida y vuelta. Para el tercero y más lejano (Kolsai 3), ya se requiere un físico mayor y hacer pernocte en el camino, pues se halla muy cerca de la frontera invisible con Kirguistán. El desnivel entre los dos primeros lagos es de cuatrocientos metros, pasando de los 1818 metros sobre el nivel del mar en Kolsai 1 a los 2250 metros en Kolsai 2. En Kolsai 3 se rondan los 2700 metros.
En nuestro caso sólo pudimos visitar el primero. Llegamos lloviendo, pero enseguida el cielo abrió y nos permitió ver brillar las verdes aguas del primer lago, el más grande de los tres, y deleitarnos con unas vistas que poco o nada tienen que envidiar a las de otros lagos famosos de las Rocosas canadienses.
El cañón de Charyn
Vaya por delante que hablamos de uno de los paisajes más radiantes de Kazajistán, una de esas joyas con las que de vez en cuando nos sorprende Asia Central y que fuera del continente no resulta demasiado conocido. Pero esta maravilla natural ubicada en el sureste del país, a unos doscientos kilómetros de Almatý, muy cerca de la frontera con China y no lejos del Parque Nacional de Altyn-Emel, así como de los lagos Koldai y Kaindy, puede considerarse como IMPRESCINDIBLE en todo viaje que se precie a tierras kazajas. La razón de ser del lugar tiene que ver con la acción erosiva durante más de diez millones de años de un impetuoso protagonista, el río Charyn, el cual fue generando una inmensa grieta y, por tanto, modelando un poderoso cañón. Hoy día el río continúa fluyendo en su parte más baja, incluso habiendo modificado parte de su curso, pero ha dejado en el territorio una cicatriz que se extiende a lo largo de ciento cincuenta kilómetros y que, verdaderamente, impresiona verla en vivo y en directo.
El tramo más visitado y de mayor espectacularidad visual y fotográfica es el llamado Valle de los Castillos (Dolina Zamkov, no confundir con el que ya hablé antes dentro de Mangystau), con algo más de tres kilómetros de longitud, donde las formaciones rocosas juegan a recrear siluetas legendarias, evocando torres, fortalezas y columnas de un mundo fantástico. Con sus paredes de arenisca rojiza jugando a modificar su tonalidad a lo largo del día, desde naranjas intensos a rosados y ocres, cabe aquí una especie de “Gran Cañón” con personalidad propia que se puede recorrer tanto a pie por el interior así como utilizando antiguos vehículos UAZ en el tramo de ida, de vuelta o en ambos si no se desea caminar. Aunque resulta también altamente recomendable dedicarle tiempo a bordear por el filo por encima (hay senderos y miradores habilitados) y sentir el vértigo de caminar viendo el desfiladero casi a ojo de águila.
Los mejores momentos para visitar el Parque Nacional del Cañón de Charyn son las primeras y últimas horas del día, cuando el clima es algo más fresco. A partir del mes de abril/mayo, hasta septiembre, el calor puede ser un hándicap que nos haga extremar aún más las horas la visita al amanecer y cercano el atardecer. Si se tiene la suerte de poder pasar la noche en la zona, cabe contar con unos de los cielos estrellados más nítidos de Kazajistán.
Los petroglifos de Tamgaly (una cuenta pendiente)
Este sitio lo incluyo dentro de esta información práctica sobre Kazajistán y, en concreto, sobre algunas de las maravillas que se pueden visitar desde Almaty, pero debo recalcar que nosotros no lo hicimos durante nuestro viaje por falta de tiempo (las distancias son largas a casi todo y nos impedía hacer otras cosas). Y a toro pasado, me arrepiento bastante de no haberle dejado un hueco a este espacio declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2004 con más de cinco mil petroglifos, la mayoría de la Edad del Bronce, aunque los hay hasta la Edad Media. Hay diversas zonas, aunque la más visitada cuenta con medio millar de imágenes. Estos petroglifos, tallados en superficies rocosas al aire libre mediante la técnica del piqueteado (debieron utilizar herramientas de piedra e incluso de metal), conforman un repertorio visual excepcional donde aparecen rituales solares, figuras antropomorfas o zoomorfas, cacerías, carrozas primitivas y símbolos abstractos así como personajes híbridos entre animales y personas que formaban parte del imaginario de la Antigüedad en esta región.
No se debe confundir el yacimiento de Tamgaly (protegido como lugar UNESCO) con otro yacimiento de petroglifos llamado Tamgaly Tas, mucho más cerca de Almaty. De factura posterior, pues los grabados corresponden a los siglos XVII y XVIII, muestran imágenes esculpidas en la roca que se asoma al río Ili de figuras Budistas (la mayor parte de las representaciones son de Buda así como de bodhisattvas. Dichas imágenes están acompañadas por inscripciones en tibetano y mantras grabados sobre los muros rocosos, en particular el famoso mantra Om Mani Padme Hum, y se deben a la creación de monjes budistas venidos del Tíbet o del norte de la India (Ladakh) de lo que parece, de algún modo, un lugar de culto, meditación y peregrinaje. Ya se sabe que Kazajistán es hoy mayoritariamente musulmán, pero esta región fue históricamente un cruce de culturas, rutas comerciales y diversas religiones que se encontraban en el camino y, a menudo, dejaban su impronta en esta tierra de Asia Central (ya sea budismo, zoroastrismo, el cristianismo nestoriano o el propio Islam).
REGIÓN DE TURKESTÁN (LA RUTA DE LA SEDA EN KAZAJISTÁN)
La tercera y última fase de nuestro viaje a Kazajistán tuvo lugar en la región o provincia de Turkestán. Aterrizamos desde Almaty en Shykment, la tercera ciudad más grande del país después de Almaty y Astaná, tras un vuelo corto de mañana. Y desde allí nos dirigiríamos a la ciudad de Turkestán, poseedora del mayor y mejor monumento con que cuenta el patrimonio kazajo, el complejo de peregrinación y mausoleo de Khoja Ahmed Yasawi. Éste se trata del sufí más admirado por el pueblo nómada, quien fue enterrado en una de las obras cumbre del arte timúrida en Asia Central por encargo del gran Tamerlán. Y de camino, las ruinas de Otrar, donde fallecería el propio Tamerlán o la tumba de Bab Arystan, una de las personas que más influyeron en la vida y hechos de Yasawi, figura cumbre del sufismo en esta parte del mundo. Terminaríamos en Sayram y haciendo una breve visita en Shykment para conocer la recién inaugurada Eszhanuli Seyitjan Qori o, lo que es lo mismo, una de las mezquitas de mayor tamaño y belleza en todo Asia Central.
Aquí el hilo conductor no fue tanto la naturaleza como las huellas de la Ruta de la Seda, pues el Turkestán fue uno de los puntos clave de esta red de caminos en un territorio fronterizo con Uzbekistán y donde tanto el estilo arquitectónico así como la cultura y modos de vida del pueblo que lo habita nos permite palpar la esencia de un recorrido capaz de marcar el mundo para siempre.
El mausoleo de Khoya Ahmed Yasawi en el corazón de Turkestán
En el corazón de la estepa kazaja, donde el polvo del desierto se suspende sobre los campos donde durante miles de años han crecido tulipanes silvestres y se mezcla el runrún de las historias y leyendas de antiguos e ilustres visitantes, se alza el grandioso mausoleo de Khoja Ahmed Yasawi, obra considerada como uno de los grandes prodigios espirituales y artísticos del mundo islámico. Visitar Turkestán y acceder a un complejo religioso el cual aún recibe peregrinos llegados de todas partes de Asia Central, permite sumergirse en una nueva dimensión emocional y monumental diferente a todo lo que conlleva un viaje a Kazajistán. Una línea de comunicación entre el centro de Asia y Persia, entre lo visible y lo simbólico. Acceder por una estrecha galería para, después, maravillarse con el encuentro único con la silueta azul turquesa de la cúpula principal en majestad, representa uno de esos instantes en tu vida viajera donde te haces consciente de que este lugar no se visita únicamente sino que trasciende dentro de ti. No sé cómo lo hace y quizás no se deba a los muros de ladro cocido y los entramados en cientos de miles de azulejos encajando en una composición magistral. Se debe a la capacidad de este lugar para desafiar a la Historia y guardarse bien profundo en la memoria y el corazón de un pueblo que aún sigue recordando a quien llevó su fe a través de las palabras, bajando la religión por una vez a la arena que cubría los pies de la gente nómada.
El mausoleo fue mandado construir a finales del siglo XIV por Tamerlán, el gran conquistador que sostuvo durante su férreo gobierno los hilos de Asia Central desde Samarcanda, sobre la tumba ya existente pero humilde del místico sufí Yasawi, cuya figura y hechos había marcado profundamente no sólo al propio líder turcomongol sino a la espiritualidad de toda una región. Esta gran obra quedó inacabado tras la muerte inesperada del propio Tamerlán en la vecina Otrar durante el invierno del año 1405, algo apreciado en el gran Iwan, puerta que continúa con el legado arquitectónico persa, a su vez heredado del estilo sasánida, donde aún permanecen los troncos utilizados como parte del andamiaje. El edificio en sí sorprende por su desmesurada escala que da muestra del poder de su impulsor. Aquí la arquitectura funeraria timúrida alcanza una de sus expresiones más puras con elementos tan reconocibles como las cubiertas de azulejos vidriados, las inscripciones coránicas en relieve, sus cúpulas, los techos de bóveda estrellada y un juego de simetrías que invita tanto al recogimiento como al asombro de quienes tenemos la afortunada ocasión de visitar este edificio.
Accedimos al complejo en distintos momentos del día para jugar con la luz y admirar y fotografiar el monumento desde diversas perspectivas. A primera hora de la mañana, la luz ilumina el iwan inacabado y se puede combinar la fotografía con otras tumbas y edificios aledaños, la mayoría construidos a posteriori. Cuando queda una hora o poco más para el atardecer, los colores de los azulejos entrada principal así como de la cúpula secundaria (muy similar a la de Gur-e Amir, mausoleo del propio Tamerlán en Samarcanda) se aprecian en todo su esplendor. Aunque es a la noche cuando, sin apenas turistas, la comunión con este lugar se siente en majestad. El acceso a la tumba se puede llevar a cabo desde primera hora de la mañana a última de la tarde, conviviendo con los rezos de los feligreses que acuden a orar y ofrecer sus respectos a este hombre santo que supo trascender.
No es para nada enrevesado capturar la magia y el magnetismo de uno de esos rincones donde la energía fluye a tu lado junto al peso de la Historia, de una larga tradición de peregrinaje que, para los nómadas de la estepa, equivalía con visitar La Meca, aunque no existan textos escritos donde esto se asegure. Si bien es sabido que el sufismo extendió su mensaje a través de la oralidad y la costumbre en una zona del mundo donde los dogmas permanecían mejor en la mente a través de ideas heredadas que en el papel.
Más allá del edificio principal, como antes comentaba, el complejo incluye pequeñas tumbas, un antiguo baño árabe que funcionó hasta casi el final de la época soviética, antiguas estancias en la casa-cueva donde Yasawi se retiró cuando llegó a la edad de Mahoma, aunque siguiera recibiendo seguidores. El conjunto, rodeado de explanadas con jardines diseñados con mimo, haciendo aún más lejano el rumor de una ciudad que no deja de crecer, habita a un ritmo bajo, lejos de la globalidad actual y sus prisas. Pasear por allí, casi a cualquier hora, cuando las sombras se alargan sobre los muros azulados y el viento trae un silencio casi reverencial, fue para nosotros una experiencia difícil de olvidar.
TOMA NOTA DE ESTOS CONSEJOS EN TURKESTÁN:
- No dudes en acceder al área del mausoleo por la noche. Permanece siempre abierta y apenas te encontrarás algunos paseantes locales. Tendrás el monumento sólo para ti. Hay bastantes hoteles alrededor, por lo que conviene reservar por aquí para poder llegar caminando cuando se quiera.
- El restaurante Arbat Ulttyq Tagamdary queda a escasos pasos del complejo sagrado y tienen los mejores platos de la gastronomía kazaja y de otros países de Asia Central (enlace a su ubicación en Google Maps). Calidad/precio es, sin duda, de lo más recomendable de toda la ciudad. El mante (que son una especie de dumplings típicos) es de matrícula de honor, pero se acierta con cualquier opción de su variada carta.
- Frente a la zona antigua hay un complejo turístico/cultural muy moderno llamado Karavansaray con tiendas y áreas de ocio. En el centro destaca un teatro de última generación, cuyo diseño exterior es un prodigio futurista tremendamente fotogénico, donde se proyecta una película en 8D donde puedes pasearte por los mejores atractivos de Kazajistán como si fueses el águila mitológico Altyn Samruk. Nosotros lo visitamos cuando el viaje estaba a punto de terminar y nos permitió revivir de una manera brutal muchos de esos rincones que formaron parte de nuestra aventura. ¡Merece mucho la pena!
Ruinas arqueológicas de la antigua ciudad de Otrar
Entre las ciudades de Shykment y Turkestán acudimos a ver uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la Kazajistán de los tiempos de la Ruta de la Seda. De la antaño poderosa ciudad amurallada de Otrar, junto al río Arys y siglos atrás aún más cerca del legendario río Sir Daria, sobrevive apenas el esqueleto de barro del que fuera un importantísimo centro cultural, comercial y estratégico en la Antigüedad y la Edad Media. Aún parece resonar el paso de las caravanas de camellos y el silbido de las flechas de las muchas batallas de las que tuvo que defenderse. Quizás la más demoledora fue a comienzos del siglo XIII, cuando sus gobernantes sacaron de quicio a Gengis Kan, decapitando a varios de sus emisarios enviados en supuesto son de paz, y el líder respondió aplastando este asentamiento. Todavía es fácil encontrarse con fragmentos de huesos, incluso emparedados entre los muros de barro de lo que ha quedado de la ciudad que vio morir a Timur el Cojo, el gran Tamerlán, allá por 1405 cuando estaba a punto de centrar su expansión en territorio chino.
Las ruinas de Otrar, las cuales pudimos visitar de manera guiada para entender cómo era la ciudad, nos llevaron a recorrer sus murallas, restauradas en gran parte, así como el interior, con vestigios de viviendas, almacenes, talleres, una mezquita e incluso los restos hallados recientemente con unos baños donde, al parecer, hubo un templo zoroastriano anteriormente. Todo, en realidad, está por excavar aquí. No resulta difícil toparse a cada paso con fragmentos de cerámica, algunos muy ornamentados, que formaron en su día partes de vasijas, jarrones y los azulejos que decoraron palacios, espacios sagrados y casas nobles. Lo recuperado se ha llevado al nuevo museo de Otrar en la localidad de Shaulder, con piezas interesantes, pero ninguna de relumbrón, donde siempre está bien complementar la visita al yacimiento arqueológico.
+ ANOTA ESTE OTRO YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO: Si bien no fuimos, no nos faltaron las ganas y tomamos nota para una próxima vez. Se trata de Sauran (también escrito Sawran), uno de los asentamientos más fascinantes del sur de Kazajistán y considerado igualmente un importante enclave en la antigua Ruta de la Seda. Situada a unos 40 km al noroeste de Turkestán, Sauran fue en su momento una de las ciudades más importantes del valle del Sir Daria, llegando a ser incluso capital del kanato de Ak Orda en los siglos XIV y XV. Dicen que caminar entre sus ruinas permite ir descrifrando una ciudad que duerme bajo el polvo de los siglos, con los restos de calles empedradas, bases de columnas y estructuras en forma de bóvedas que asoman entre los matorrales. Además, lo visita muy poca gente cada año, encontrándose solitaria la mayor parte de los días. Algo que, por cierto, nos sucedió en Otrar, aunque, al parecer, en Sauran el vacío de turistas es máximo*.
*Nota: Javi, sé que te debo una 😉
El mausoleo de Arystan Bab, el mentor de Yasawi
Apenas a una docena de kilómetros desde el museo arqueológico de Otrar se encuentra uno de los lugares que también forman parte de la ruta de peregrinación a la tumba de Khoja Ahmed Yasawi en Turkestán, pues aquí se venera la sepultura enmarcada en un precioso y humilde mausoleo de barro cocido perteneciente a quien se considera el mentor espiritual de éste, Arystan Bab. La tradición popular sostiene que un maestro sufí del siglo XII transmitió al joven Yasawi la sabiduría divina a través de un dátil milagroso que perteneció al mismísimo Mahoma, símbolo de conocimiento y conexión con lo sagrado.
Lamentablemente el mausoleo que hoy se visita y al que siguen llegando peregrinos, siempre antes de llegar a su destino final, Turkestán, no se trata del original. Sobre una estructura de barro más humilde fueron dándose numerosos añadidos. El monumento fue reconstruido en varias ocasiones a lo largo de los siglos, siendo la más notable la del siglo XVIII y, más adelante, una reconstrucción significativa casi de cero en el XX tras un daño severísimo sufrido por un terremoto. El edificio actual, fiel a la obra anterior al derrumbe, combina la austeridad del ladrillo cocido con elementos decorativos propios del arte islámico centroasiático, destacando su fachada simétrica, los minaretes gemelos y una gran sala abovedada donde reposa la tumba del santo y todavía se enarbolan oraciones. Quedan fragmentos de las columnas de madera profusamente labradas que un día sostuvieron el edificio.
Más allá de su valor arquitectónico, al mausoleo de Arystan Bab le envuelve una atmósfera de recogimiento. Peregrinos de todo Kazajistán y países vecinos llegan hasta aquí para rezar, pedir protección o simplemente dejarse atraer por el aura del lugar.
Algunos lugares santos de Sayram
Sayram, considerada una de las ciudades más antiguas de Kazajistán, apenas a unos pocos kilómetros al este de Shymkent, forma parte del entramado místico del Islam que arraigó en el centro de Asia. Conocida como Ispidjab en la antigüedad, fue un importante centro comercial en la Ruta de la Seda, y siempre destacó por su profunda dimensión religiosa. A lo largo de sus calles y colinas se reparten mausoleos, tumbas sagradas y lugares de culto que convierten a Sayram en una suerte de santuario al aire libre, visitado por peregrinos de todo el país y más allá. La mayoría de la población de esta localidad es de origen uzbeko, lo cual se observa en la arquitectura, la cocina ofrecida en sus restaurantes e incluso en los rasgos y vestimentas de la propia gente que allí vive.
Dado que Sayram fue el lugar de nacimiento del renombrado Khoja Ahmed Yasawi, se considera también otro punto esencial al que transitan los admiradores del gran maestro sufí. De hecho, se suelen visitar las tumbas de sus padres, ubicadas en áreas diferentes de la ciudad. Ibrahim Ata, su padre así como Maryam Ana, su padre, acogen en sus humildes pero hermosos mausoleos a numerosos peregrinos en busca de oración bajo la sombra protectora de las cúpulas de barro que guardan ambos sepulcros.
Además de estos sitios mayores, Sayram está salpicada de pequeñas tumbas de sabios sufíes, antiguos eremitas y mártires, algunas marcadas con sencillos túmulos y otras señaladas por estructuras más elaboradas. Llama la atención un minarete de apenas diez metros de altitud que recuerda en su diseño a los que se pueden observar en Uzbekistán, país cuya frontera se encuentra a unos ciento cincuenta kilómetros al sur de esta ciudad anexionada físicamente a la metrópoli de Shykment.
Eszhanuli Seyitjan Qori, la nueva gran mezquita de Shykment
Shymkent, la tercera ciudad más grande de Kazajistán, es un hervidero de hormigón y largas avenidas que contrasta con la serenidad de los campos de trigo, tulipanes y amapolas que se atraviesan para llegar hasta ella. Históricamente, fue un punto clave en las rutas comerciales que conectaban Asia Central con Persia y el Lejano Oriente, pero apenas queda ningún rastro de aquel tiempo, sí más quizás del pasado soviético, aunque aquí no llegó tanto el brutalismo arquitectónico como a otras urbes kazajas.
Para nosotros Skykment representaba apenas un lugar de paso en la etapa de la región del Turkestán, dado que hasta allí volamos desde y hacia Almaty aprovechando las conexiones aéreas entre ambas ciudades. De hecho, no teníamos previsto ningún plan allí más allá de dar el salto a nuestros puntos de interés en la provincia como el mausoleo de Yasawi, las ruinas de Otrar, la tumba de Arystan Bab y, como mucho, detenernos en uno de los campos de tulipanes en una de las áreas de Asia Central donde éstos crecen de manera silvestre y no cultivada, aunque llegamos demasiado temprano para ver la floración total que suele darse a mediados/finales del mes de abril (por cierto, esta flor llegó a Europa gracias, en parte, a la Ruta de la Seda). Pero, leyendo y rebuscando en internet nos percatamos que poco antes había sido inaugurada una de las mezquitas más grandes e impresionantes de Asia Central, Eszhanuli Seyitjan Qori, y arañamos un rato para poder ir a visitarla.
Llamada a convertirse en uno de los hitos espirituales y arquitectónicos del país, destaca por su gran cúpula central, flanqueado por otras, con sus esbeltos minaretes y un diseño que combina armoniosamente lo tradicional con lo contemporáneo, redefiniendo el hasta entonces apagado skyline de Shymkent y su papel como centro religioso. El templo es imponente desde la distancia. Construido en mármol blanco y detalles de piedra local, evoca las grandes mezquitas otomanas, pero adaptadas al gusto estético del Asia Central moderna. Recuerda bastante por fuera a la gran mezquita de Abu Dhabi, aunque es más pacata en ornamentos en un interior donde las palmeras convertidas en columna y nervios, se unen dando un aspecto futurista más propio de la Guerra de las Galaxias que de las Mil y una noches.
Un nuevo símbolo de Kazajistán extremadamente fotogénico que difícilmente se llenará en alguna ocasión con las decenas de miles de fieles que esperan recibir en la oración de los viernes o en acontecimientos importantes, pero que abre una nueva oportunidad a una ciudad anónima de cara el mundo llamada Shykment y donde nos empezamos a despedir de un gran viaje antes de regresar a Almaty, pasar el último día y salir rumbo a casa más de dos semanas después.
¿Qué me hubiera gustado visitar en Kazajistán y no lo pudimos hacer? El cosmódromo de Baikonur
Baikonur no es se trata únicamente de una ciudad perdida en la vasta estepa kazaja. Es el corazón de la historia espacial soviética y mundial, el lugar desde donde despegó el primer ser humano hacia el espacio. Inaugurado en 1955, el cosmódromo de Baikonur fue el escenario del lanzamiento del Sputnik y, más tarde, del vuelo de Yuri Gagarin en 1961, marcando un antes y un después en la carrera espacial. Aunque el complejo se encuentra en territorio kazajo, aún hoy es gestionado por Rusia bajo un contrato de arrendamiento, y sigue siendo uno de los centros espaciales más activos del planeta con numerosos lanzamientos cada año. De hecho, para visitarlo (y poder ver no sólo la base y antiguas naves, sino también cuando haya lanzamientos de cohetes espaciales) se requiere un permiso otorgado precisamente por la Federación Rusa.
No cabe duda que Baikonur quedó como un sueño aplazado en nuestro itinerario. No hubo tiempo suficiente para desviarnos hacia este museo viviente del espacio. Por lo que Baikonur quedó ahí, orbitando sobre nuestras conversaciones, como una promesa pendiente que algún día, quién sabe, merezca su propio viaje.
TEST RÁPIDO CON CONSEJOS PARA VIAJAR A KAZAJISTÁN
Aquí tenéis una lista de preguntas y respuestas cortitas y al pie con información práctica y útil para viajar a Kazajistán:
- ¿Hace falta visado para viajar a Kazajistán? → No. Desde 2017 los ciudadanos de la Unión Europea (España incluida), Reino Unido, Suiza, Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón y otros países como Argentina, Chile, Colombia o México no necesitan visado para estancias de hasta 30 días. Eso sí, conviene tener el pasaporte con una validez mínima de seis meses desde la entrada al país. Si planeas quedarte más tiempo, deberás tramitar una extensión o visado específico.
- ¿Qué aerolíneas vuelan a este destino? → Turkish Airlines es la opción más habitual, con vuelos vía Estambul a Almatý, Astaná o Aktau. La low cost turca Pegasus también vuela a estos destinos (de hecho es la que utilizamos). Lufthansa también ofrece conexiones a través de Frankfurt. Aeroflot (vía Moscú) y Qatar Airways (vía Doha) son otras alternativas. En algunas épocas del año hay conexiones con Air Astana desde ciudades europeas como Londres o Frankfurt. Y ojo, porque Kazajistán es enorme: conviene elegir bien el aeropuerto de llegada según el itinerario previsto.
- ¿Cuántos días son recomendables como mínimo para este viaje? → Un mínimo de diez días para recorrer bien la región del sur (El entorno de Almaty con Altyn Emel, Cañón de Charyn, los lagos Kolsai y Kaindy así como la región de Turkestán), aunque lo ideal son dos semanas completas si se quiere incluir la región de Mangystau, al este y, para mí, lo más espectacular del país para quienes gusten de lugares indómitos y paisajes brutales.
- ¿Kazajistán es un destino seguro? → Completamente. Es uno de los países más estables de Asia Central y cuenta con buena infraestructura en las principales rutas turísticas. La población es muy hospitalaria y hay un ambiente relajado para el viajero. Como siempre, aconsejo llevar un buen seguro de viaje (recomiendo IATI, con un descuento para seguidores de El rincón de Sele) y permanecer atento a las normas locales, pero no hay zonas restringidas ni conflictos activos.
- ¿Es obligatoria alguna vacuna? → No hay vacunas obligatorias para visitar este país. Como recomendación general se sugiere tener al día las vacunas habituales (tétanos, hepatitis A y B), pero no se exige ninguna de manera formal ni se solicita vacuna alguna ni certificado Covid.
- ¿Se puede hacer por libre o por agencia?→ Si bien se pueden hacer diversas zonas por libre, sobre todo con coche de alquiler (carreteras bastante decentes y señalización en kazajo y ruso), más en la zona de Almaty o Astaná, para el recorrido que hemos hecho nosotros hemos precisado de 4×4 bien equipados. Para viajes más completos, sobre todo si se quieren visitar zonas como el Parque Nacional Altyn Emel o la región de Mangystau (pero incluso los caminos para alcanzar el Lago Kaindy son penosos), se recomienda una agencia que tenga experiencia en el destino y que pueda montar diversas expediciones.
- ¿Cuál es la mejor época del año para visitar Kazajistán?→ La primavera (mediados de marzo a finales de mayo) y el comienzo del otoño (septiembre-octubre) son ideales por poseer temperaturas más suaves y cielos bastante despejados. El verano puede ser muy caluroso, sobre todo en el sur, y el invierno extremadamente frío, especialmente en el norte y el centro del país.
- ¿Existe algún código de vestimenta?→ Kazajistán es un país de mayoría musulmana pero muy laico y tolerante. No hay restricciones particulares sobre la ropa. Puedes vestir como lo harías en cualquier país europeo, aunque en zonas rurales se aconseja evitar ropa demasiado corta o llamativa por respeto a la tradición local. En las mezquitas se recomienda recato: cubrir hombros y piernas, y las mujeres deben llevar un pañuelo para entrar.
- ¿Cómo tener internet en el móvil desde el principio?→ Una opción muy práctica es adquirir una tarjeta antes del viaje o al llegar al aeropuerto. En mi caso me llevé una eSIM (tarjeta virtual que dejé ya instalada en el teléfono móvil antes de salir) para funcionar aquellos días. La cobertura es bastante buena en las ciudades y rutas principales, aunque limitada en áreas remotas, sobre todo cuando te adentras en el desierto. Puedes adquirir aquí una eSIM Holafly con rebaja para utilizar en Kazajistán y llevarla instalada de casa.
Imagen de dron tomada por Roberto C. López
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No me gustaría cerrar este escrito sin agradecer, por un lado, la confianza de X-Plore en este proyecto así como el saber y buen hacer de mi amigo Roberto López o de personas esenciales en un viaje de este calado como Nazar junto a todo su equipo. Y, cómo no, la actitud y amistad del grupo de grandes personas que acudieron a este viaje y, sin las cuales, nada hubiera sido posible. Pedro, Inma, Pilar, Javi, Asun, Los Lukov, Xevi, Marta, Mercedes, Nuria, David y Noelia… para vosotros va dedicado este artículo/guía para futuros viajeros a Kazajistán. ¡Sois pura seda, Sherepajers!.
¡Salud y viajes!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele