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El Dorado y las piedras que hablan

Apenas vi el pozo que se forma bajo el Salto Mauraik, lo primero que vino a mi mente fue la antigua leyenda. Pensé: he llegado a un lugar de oro.
Texto y fotos: Eduardo Monzón

El agua era amarillo brillante, pero muy transparente a la vez, aunque al fondo se volvía más oscura. Los rayos del sol bajaban junto a la cascada y todo tenía reflejos de luz, como si se tratara de una escena celestial.

 

El famoso mito de El Dorado cuenta la historia de una ciudad perdida de oro, que hizo que cientos de
conquistadores se lanzaran a su búsqueda, en extremas y peligrosas expediciones por las selvas de Suramérica. Nunca la encontraron.
Investigadores llegaron a la conclusión de que El Dorado no era una ciudad perdida, sino un extravagante personaje que cubría su cuerpo con polvo de oro y luego se bañaba en una laguna sagrada.

Se habla incluso de un ritual que se repetía cada vez que los habitantes de los milenarios pueblos  Muiscas, en Colombia, debían cambiar de líder. Leyendo sobre los Muiscas entendí que el oro era  más apreciado por su significado espiritual que por su valor material.

Por eso ahora, que pienso en retrospectiva y vuelvo en mi mente a esas aguas doradas, me pregunto ¿dónde están nuestros tesoros? ¿Cuál es nuestro oro? 
Yo atesoro ese momento en el que pude nadar entre aguas brillantes, como si fueran El Dorado, lo irónico es pensar que en ese mismo momento, en ese mismo territorio, se estaba extrayendo salvajemente el oro que guarda una tierra sagrada y milenaria, que muere lentamente de indolencia, porque la minería asesina, bajo la luz del sol, con descaro y con impunidad.
¿Dónde están nuestros tesoros? Lo cierto es que el rato que pasamos en el Mauraik fue casi idílico, sus aguas frías y amarillas nos permitían nadar hasta una inmensa pared de piedra, que era rojo opaco, por ahí bajaba a toda velocidad una cortina de agua que nos bañaba con su frescura, para llenarnos de infinita energía.

 

Otro motivo que hizo que me gustara tanto este lugar es la ruta que hay que seguir para llegar, es preciso
atravesar a pie un valle con una gran cascada en el medio y luego una misteriosa pared donde reposan muchísimas, pero muchísimas piedras que se han desprendido de la montaña.

Las piedras son de diferentes tamaños, colores y texturas, muy parecidas a los tepuyes, y dan la sensación de ser testigos que tienen cientos o miles de años ahí. Cuando pasé de regreso venía caminando solo, detallé un poco las piedras y me pareció que tenían tanto tiempo que su energía era particular, como si esas piedras hablaran y pudieran contar secretos.
Una amiga que estaba conmigo en este viaje me dijo lo mismo, que al pasar por ahí recordó una película animada en donde  un personaje recibe sabios consejos de piedras que cobraban vida.
Y yo creo que sí, esas piedras hablaban, solo que no entendí su lenguaje, realmente no me di el tiempo
necesario para escucharlas. Siempre queda un motivo para volver.
Deseo regresar a  nadar en el pozo dorado y luego sentarme a escuchar los susurros milenarios de las piedras, en ese valle que es mucho más bonito de lo que pudieron capturar un par de fotos improvisadas que tomé.
El Salto Mauraik fue una de las paradas del Jeep Tour de 6 días por La Gran Sabana que hice con Viajes Capino. Si quieres ver los videos de toda la semana de recorrido, ingresa aquí a mi perfil de instagram y busca la historia destacada “Gran Sabana”.
Para armar tu viaje: @viajescapino en Instagram. 0414-809.99.36.

 

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