Excursión en el tren mas alto de Europa a Jungfrau en Suiza
Nos vamos de viaje a Suiza para conocer la Jungfrau. Orgía paisajística de belleza inigualable que está al alcance del todo el mundo gracias al tren que muere en la estación más alta de Europa. Una obra maestra de la naturaleza y de la ingeniería, escondida en el cantón suizo del Oberland Bernés, en el corazón de Centro Europa. Y protegida como Patrimonio de la Humanidad por su excepcional riqueza medioambiental. Un ejemplo de lo hermosos y accesibles que son los Alpes Suizos.
El tren que lleva a la Jungfrau es un prodigio hecho realidad gracias al duro trabajo de un grupo de hombres en unas condiciones imposibles de frío, nieve y altitud. Adquiere más valor cuando se averigua que funciona ¡desde 1912! O sea, tiene ya más de un siglo. Y sorprende aún más si tenemos en cuenta que esta obra destinada a hacer realidad el sueño humano de conquistar el techo de Europa se concibió ¡16 años antes, en 1896!
La idea inicial era construir un tren circulase hasta la misma cima del pico de la Jungfrau, a 4.158 metros. La altitud y la nieve más que un obstáculo eran un estímulo. Pero en este primer intento no pudo ser. El objetivo se quedó en un sueño.
El sueño de alcanzar el techo de Europa en tren
La obra colosal se afrontó de nuevo poco después pero con un pequeño cambio en el proyecto: la estación término se situaría en la Jungfraujoch, es decir, 610 metros más abajo de la cumbre. A 3.454 metros. Así se hizo. Los suizos lograron demostrar al mundo que los ferrocarriles y las montañas pueden convivir en armonía. El sueño del tren que llega al cielo se hizo realidad.
Aunque hay varias posibilidades, uno de los mejores puntos de partida para disfrutar de este viaje al cielo es Grindelwald, coqueto pueblecito alpino situado a 1.040 metros de altitud.
Antes de subir al tren conviene informarse sobre el tiempo en la cima. El viaje, en una jornada despejada es indescriptible. Pero si el día amanece cubierto mejor olvidarse de la aventura porque la frustración que se siente al no ver nada es dañina. En ese caso lo mejor es quedarse en Grindelwald, y aprovechar para tomarse una potente y nutritiva fondue de quesos. O hacer una ruta de senderismo: la oferta abruma. Pero NUNCA suban al tren que lleva a la Jungfrau en un día malo. Perderán el dinero y ¡ojo! esta no es una excursión barata, ni mucho menos. En Suiza todo cuesta su peso en oro.
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Viaje a la Jungfrau desde Interlaken
Quienes prefieran empezar la ruta en Interlaken (la base natural de este circo de montañas) pueden acudir a la oficina de turismo donde además de adquirir el billete podrán ver en las pantallas el estado del tiempo en la cumbre (también hay pantallas en otra localidad llamada Kleine Scheidegg).
Si el pronóstico es despejado, tienen por delante unas horas mágicas, sobrenaturales, de esas que se quedan grabadas con fuego en la retina. Y una oportunidad única para disfrutar de la exuberante belleza de este enclave natural que es ya conocido desde hace siglos. Me refiero al conjunto de picos Jungfrau-Aletsch-Bietschhorn, moles de roca nacidas para proteger al más grande: al imponente señor de los Alpes berneses; el Finsteraarhorn (de 4.275 metros).
Todos juntos dan forma a un prodigio natural despampanante compuesto por montañas, valles y glaciares superlativos entre los que reina el pico Eiger, el más oriental de la cadena, con sus altivos 3.970 metros de altura. Le sigue el Mönch, con 4.099 metros y como no, la Jungfrau con los ya mencionados 4.158 metros.
El temido Eiger, el ogro de Suiza
Sí, no me he equivocado. El líder es el más bajo de los mencionados, pero ya saben ese dicho popular que dice “pequeño pero matón”. Así es el Eiger, ¡ogro en alemán! Un pico bello pero lleno de espinas. Cruel. Respetado por los mejores alpinistas de todos los tiempos, expertos escaladores que soñaron, sueñan y soñarán con coronar su cumbre por la cara norte: una pesadilla vertical de hielo de más de 1.800 metros. Hazaña casi imposible.
En la historia del “Ogro”, reposan nombres de montañeros que se han dejado la vida en el intento de su conquista sorprendidos por terribles tormentas y gélidas temperaturas. Los austriacos Heinrich Harrer y Frtiz Kasparek y los alemanes Anderl Heckmair y Wiggerl Vörg lo lograron por primera vez, tras tres días de calvario, el 24 de julio de 1938.
De ahí la mala fama de la pared norte del Eiger (la cara sur es otra cosa) frente a las suaves denominaciones de sus pacíficos vecinos: el monje (Mönch) y la joven doncella (Jungfrau).
Una aventura que empieza en Grindenwald
La aventura arranca en cuanto te subes al tren en Grindenwald. Esta localidad, protegida por la sombra de la cara norte del Eiger, es el punto de partida de muchas rutas y senderos de alta montaña. Es también en esta estación donde los viajeros deben cambiar de tren para subirse al definitivo, a uno rojo y amarillo que espera en la vía de atrás y que presume de ser el único tren capaz de llegar hasta el techo de Europa.
El ferrocarril circula lento y suave por una vía estrecha que corta una alfombra de nieve virgen y hielo. Una senda de hierro que surca cual serpiente por el monte blanco (verde intenso en verano) rumbo al cielo hasta conquistar, media hora después, la primera parada: la estación de Kleine Scheidegg, a 2.061 metros.
Las entrañas de los Alpes desde el tren
Instantes después de dejar atrás Kleine Scheidegg, el pintoresco paisaje nevado desaparece. La oscuridad engulle de pronto a los pasajeros mientras una voz avisa, en varios idiomas, de que en ese mismo instante los vagones están invadiendo las entrañas del Eiger y del Mönch.
El tren sigue con ese circular cada vez más lento, mucho más lento, cada vez más despacio. Casi podemos decir que escala por unos raíles casi verticales que ascienden un corredor muy estrecho ¡ojo! no recomendado para claustrofóbicos. Y trepa por paredes con desniveles superiores al 25%. Todo transcurre en cámara lenta. El ritmo pausado está pensado para que los viajeros puedan adaptarse, poco a poco, a la altitud. Y evitar así el desagradable mal de altura.
La primera sorpresa asoma tras diez minutos de penumbra, cuando el tren hace una parada en la estación de Eigernordwand (cara norte del Eiger), a 2.865 metros. Aquí, los viajeros pueden apearse y asomarse a los miradores acristalados, y siempre empañados. Y descubrir, si tienen suerte y el día está despejado, la famosa y escarpada pared vertical del Eiger ante sus ojos.
Cinco minutos más de tren y llegamos a la segunda parada: la estación de Eismeer (el mar de hielo). Esta vez, son las vistas sobre el glaciar de Aletsch, la corriente de hielo más larga de los Alpes (más de veintidós kilómetros) las que se graban en la retina.
Qué ver en el techo de Europa
A estas alturas, el viajero suele estar ya maravillado por lo visto, pero aún queda lo mejor. Cuando los vagones se deciden por fin a salir de las tinieblas y asoman, de repente, las superlativas cimas de la Jungfrau a un lado, y del Eiger al otro. Increíble. Y por fin, el tren llega a su meta. Al techo de Europa. Casi casi al cielo.
El desembarco se hace en una estación siempre gélida, anclada en un enorme complejo excavado en una roca. Es en realidad una caverna con cristaleras donde se esconden cuatro restaurantes, un observatorio astronómico, tiendas, una cueva museo con esculturas de hielo ocultas a treinta metros bajo la superficie del glaciar.
Y como no, terrazas panorámicas. A la más alta, la Sphinx terrace, se accede a través de un ascensor que sube hasta 3.571 metros. ¡Bienvendos! Estamos en el único y verdadero “Techo de Europa”, el Top of Europe, y la foto es obligada.
Eso sí, suele haber cola y quizá toque esperar un poco para lograr ese recuerdo. ¿Has estado? ¿Tienes tú foto en el cielo, es decir, ej el “Techo de Europa”? ¿Nos cuentas tu experiencia en las alturas?
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