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Desembarco en Qullissat, la ciudad fantasma de Groenlandia

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Un viento gélido impedía ni siquiera rozar con las manos la proa de nuestra embarcación, la cual se afanaba por sortear un ejército de azulados icebergs esparcidos por la bahía. Íbamos en convencidos en busca de una historia, siguiendo la pista de quien un día en el aeródromo de Ilulissat nos habló de una ciudad fantasma en el norte de la segunda isla más grande de Groenlandia, la isla de Disko. Al parecer la antigua Qutdligssat, más tarde conocida como Qullissat, nacida en 1924 a partir del descubrimiento de una mina de carbón, vio partir a su último habitante en 1972 poniendo punto y final una etapa vibrante de casi medio siglo donde llegó a ser el sexto núcleo de población de Groenlandia. Cientos de miles de toneladas habían sido suficientes y habían desgastado cualquier posibilidad de beneficios por parte de la compañía danesa Det Grønlandske Kulfelter, encargada de las extracción y venta del mineral. Atrás quedaron las casonas de los ingenieros, de los mineros y sus familias. También la escuela, el hospital, el centro social y la iglesia, que más tarde sería trasladada por barco hasta Ilulissat como un último gesto. Porque después sólo quedó el olvido. Qullissat se convirtió sólo en el cuento de una ciudad abandonada en una de las áreas más remotas y aisladas del oeste groenlandés.

Qullissat, la ciudad fantasma de Groenlandia que lleva abandonada desde 1972

Disponiendo de tan valiosa información no podíamos obviar la posibilidad de llegar hasta allí y comprobar con nuestros propios ojos qué quedaba de todo aquello. Y nos pasamos un año entero pergeñándolo con nuestros contactos inuit para hacerlo realidad. Por lo que estábamos rondando la medianoche, completamente luminosa en esas latitudes, a pocos minutos de bordear la isla de Disko y desembarcar en la orilla noroeste para pasear por las que fueran las calles de Qullissat y, quién sabe, entrar a algunas de las casas que aún se mantenían en pie. No esperábamos, eso sí, era tal cantidad de nieve vistiendo la isla tan entrado junio, pero el clima enloquecido tiene estas cosas. De pronto vimos una mancha en el horizonte y varias filas de viviendas de colores de paredes agrietadas y puertas abiertas, algunas a punto de sucumbir en el manto helado y otras con el caparazón aún intacto. Como si volviésemos a aquel día de 1972 en que Qullissat despidió a su último vecino.

Qullissat, la ciudad abandonada de la Isla de Disko en Groenlandia

La Bahía de Disko se explica como uno de los lugares más fascinantes de cualquier viaje que se precie al oeste de Groenlandia. Repleta de icebergs, hijos en su mayor parte de los desprendimientos del glaciar Sermeq Kujalleq, probablemente el más activo de toda Groenlandia, los cuales después de recorrer algo más de medio centenar de kilómetros por el fiordo helado de Ilulissat (antes llamada Jakobshavn por los daneses si bien había habido un asentamiento inuit siglos atrás conocido como Sermermiut) salen a la deriva en un remanso de aguas tranquilas por la presencia de la gran isla de Disko, la cual sirve de parapeto de la ferocidad del viento y las olas propias a este lado del Ártico. Esta isla, conocida por la denominación inuit de Qeqertarsuaq, cuyo significado es precisamente «isla grande» (los inuit nunca fueron amigos de complicarse la vida y, por ello, los topónimos groenlandeses son meros sustantivos adjetivados), constituyó la mejor barrera natural posible para el florecimiento de la vieja Jakobshavn así como multitud de asentamientos inuit y puertos balleneros donde daneses y holandeses vieron nutrir sus arcas. Bien es sabido que durante siglos la grasa de ballena tenía mucha salida en el mercado, ya que del denominado uqsuq, parte de la dieta de los pueblos paloesquimales a lo largo de su Historia, se extraía aceite para la producción de combustible de candiles, jabón, cuero, cosméticos y otras cosas más que demandaba la vieja Europa y las florecientes ciudades del continente americano.

Icebergs en la Bahía de Disko

Hoy día sólo queda una población habitada en la isla de Disko, también llamada Quequertarsuaq (antes Godhavn), situada completamente al sur con aproximadamente 900 habitantes. El resto es un vacío de desfiladeros con sus playas de piedra e incluso un campo de hielo sobre las numerosas cumbres que dibujan a orografía de uno de los pocos lugares de Groenlandia con evidente origen volcánico, confirmado por áreas completas de columnas basálticas e inagotables manantiales de agua caliente. Por lo que se puede hablar de un 99,99% de territorio salvaje y más aún cuando uno navega por el Estrecho de Sullorsuaq, la única frontera marítima existente entre el el noroeste de la isla de Disko con el sur de la península de Nuussuaq, ahora vacío de barcos aunque en los tiempos en los cuales la mina de Qullissat funcionaba, debía haber bastante movimiento por la zona. 

Mapa de situación de Qullissat en Groenlandia
Mapa de ubicación de Qullissat en Groenlandia

Qullissat se fundó en 1924 como una de los únicas ciudades de nueva creación en territorio groenlandés sin pasado aparente como asentamiento inuit. Y, por primera vez, ni la caza ni la pesca serían la actividad de la que viviera esta urbe a lo largo de sus cuarenta y ocho años de Historia. Todo lo que envolvía la mina resultaba suficiente para mantener a las más de 1400 personas que llegaron a habitar el municipio. Un número que puede sonar como escaso para hablar de ciudad en según que zonas del mundo, pero cabe recordar que hoy día en toda Groenlandia (un territorio con una superficie que cuadruplica la de España) se cuenta un total de 52.000 habitantes y que, salvo la capital, Nuuk, con poco más de 15.000, el resto de ciudades importantes van de los 1000 a los 5000 locales, en su mayoría inuits y, en segundo lugar, daneses.

Qullissat, la ciudad abandonada de Groenlandia

Desembarcamos en la vieja Qullissat

¡Qullissat a la vista! Bajo un cielo completamente cerrado de nubes gruesas que amenazaban nieve en las próximas horas, no pudimos evitar salir a los exteriores del barco para abrazar con la mirada aquella visión fantasmagórica de una ciudad donde las ruinas y desvencijadas cabañas de madera de vivos colores reciben al visitante. Por no haber, no había ni muelle donde atracar el barco, pues se lo llevó un tsunami originado por un grave desprendimiento de rocas en la vecina península de Nuussuaq. Y es que los tsunamis no vienen únicamente de los terremotos. La noche del 21 de noviembre del año 2000 hubo un fortísimo deslizamiento de tierra, que en apenas segundos dejó caer al mar en torno a de 260 millones de toneladas de rocas, originando olas gigantes que alcanzaron la orilla de Qullissat adentrándose casi 200 metros y llevándose por delante todo lo que encontró a su paso. Incluyendo, por tanto, la primera fila de casas (aunque alguna aguantó) así como el embarcadero construido décadas atrás.

Qullissat a vista de barco (Groenlandia)

La pregunta inmediata sería, por tanto, cómo poder desembarcar sin necesidad de empaparnos de las frías aguas del Ártico. Pero quienes capitaneaban los dos barcos que nos habían traído hasta allí hicieron una lenta y meditada aproximación al área más adecuada. Saltaron desde la proa a la orilla y colocaron escalerillas y una serie de bártulos con los cuales poder realizar el descenso con cierta facilidad. Más adelante, con piedras, levantaron un improvisado embarcadero, suficiente para poder permanecer allí algunas horas y explorar las ruinas de Qullissat sabiendo que no nos afectarían las mareas para poder retornar a las embarcaciones.

Desembarcando en Qullissat, la ciudad abandonada de Groenlandia

Poner nuestros pies en la ciudad equivalió a una explosión de alegría. Roberto y yo habíamos pasado meses hablando de ese preciso instante. Y lo que divisábamos al frente era aún mejor de lo que imaginábamos. Porque tener nieve en junio no se nos había pasado por la imaginación. Pues Qullissat permanecía cubierta por un manto de casi un metro como señal de un verano inexistente en la isla de Disko. Únicamente nos acompañaban aquella secuencia fantasmagórica de casas que se adentraban hasta la pared de la montaña, un silencio abrumador interrumpido tan sólo por nuestros pies deslizándose con cierta torpeza por la orilla pedregosa y el rumbo indeterminado de las huellas que los zorros árticos habían dejado sobre la nieve. Pues muy poco tarda la naturaleza en apropiarse de lo que siempre fue suyo. Qullissat sólo supuso una milésima de segundo en la larga existencia de una isla golpeada por los vientos del Ártico. Su únicos dueños hoy día lo constituyen el resoplar de las ballenas en el mar, el tímido correteo de caribús o zorros, el vuelo de las perdices nivales y la presencia puntual de algún oso polar despistado que cruza la banquisa en busca de alimento, aunque hace años que se dejaron de ver por allí.

Sele en Qullissat (Groenlandia)


Accedemos a las casas abandonadas

Iniciamos nuestra andadura por el terreno níveo que, en ocasiones, nos hundía muy por debajo de las rodillas. Hallar el camino adecuado para ascender por la ladera y llegar a la zona con mayor densidad de casas suponía un ejercicio de prueba/error, en ocasiones desesperante. Pero no tardamos en acceder a los primeros interiores de esqueléticas viviendas donde el armazón de madera había tenido a bien no venirse abajo. La primera casa a la que entramos, recuerdo, tenía el papel pintado de las paredes rajado en tiras, los restos de una vieja caldera de carbón oxidado y muchos papeles en el suelo. Dentro del salón había incluso carámbanos de hielo afilados que se dibujaban igual que los colmillos de la morsa. Los rigores del clima se adueñaban de salas y habitaciones para continuar con un deterioro imparable que, en algunos años, despojará a Qullissat de cualquier elemento reconocible de lo que un día fue.

Casa abandonada de Qullissat, la ciudad fantasma de la isla de Disko en Groenlandia

Interior de una de las casas abandonadas de Qullissat (Groenlandia)

Pero todavía sí es posible imaginarse cómo sería la ciudad décadas atrás, puesto que no difería de otros núcleos de población groenlandeses salvo que allí los únicos que estábamos éramos nosotros. Nuestros amigos españoles que formaban parte del viaje de autor a estas tierras heladas, los jovencísimos inuit que nos habían llevado en sus barcos y quienes habíamos diseñado la expedición, Roberto C. López y yo a través de la aliada X-Plore, agencia que había dejado todo en nuestras manos. Testigos de una experiencia que podríamos tildar de insólita, de sueño infantil.

Sele y Roberto en la travesía a Qullissat (Groenlandia)

Lugares donde reconstruir historias con la imaginación

Aunque, ¿por qué en ocasiones entusiasma tanto visitar un lugar abandonado? Quizás porque en el preciso instante en que nuestra mirada se posa en ruinas pasadas, en su última fotografía, el tiempo se paraliza por completo. El pasado emerge tras una puerta y la cabeza da vueltas sobre un montón de historias olvidadas que jamás verán la luz. Historias que allí acontecieron y allí se quedaron. Con el corazón latiendo de manera acelerada, vemos despertar nuestra curiosidad más innata, la que ansía desvelar los secretos ocultos en cada rincón pero que tan sólo podemos crear a través de la imaginación.

Qullissat, la ciudad abandonada de Groenlandia

Casa abandonada de Qullissat (Groenlandia)

Y, de ese modo, entramos a nuevas casonas, todas ellas cargadas de un aura misteriosa, de un silencio que nadie osaba interrumpir. Aquellos escombros desmoronados, de paredes agrietadas y ventanas rotas, son ya sólo fragmentos de un relato esperando ser descifrado. La luz del sol de medianoche se encargaba de iluminar las estancias huecas de la que algún día tuvo vida. Quién sabe, quizás tras las escaleras que avanzaban a la buhardilla, habían acontecido besos furtivos, lágrimas a raudales, conversaciones relevantes y un millón de miradas perdidas de alguien imaginando qué sería de aquello cuando todo se acabase.

Casa abandonada de Qullissat en Groenlandia

Nos damos cuenta de que hay algunas casas bien conservadas y cerradas a cal y canto. Nos cuentan que hubo gente en los últimos años que reconstruyó las que fueron sus hogares de la infancia para algún día poder regresar. Y que, en fechas muy señaladas, se suben a los barcos de los pescadores para regresar y hacer una fiesta en la que aúnan recuerdos de su estancia en Qullissat, bajo las órdenes de la compañía minera. Fueron tiempos duros, por supuesto, pero fueron suyos completamente. Los rincones donde conocieron el amor, donde se despidieron de sus seres queridos y donde, quizás, fueron revelados sus sueños, siguen ahí, debilitándose lentamente, hundiéndose bajo la nieve, mantenidos tan sólo mediante los soplidos de un viento persistente y los últimos recuerdos de quienes crecieron en ellos.

Qullissat, la ciudad fantasma de Groenlandia

Un edificio alargado de color rojo era el único de los despojos de Qullissat donde se puede interpretar algo de presente, pues es el lugar que los antiguos habitantes de la ciudad utilizan para sus actos anuales. Hoy día no es más que un almacén de trastos con un escenario incluso donde los antiguos vecinos vuelven a conectar de forma puntual con esta urbe abandonada que un día tuvieron que desalojar de manera repentina. Varias cazuelas sobre una cocina apagada custodiaban la incrustada esencia de sabores pasados.

Cazuelas junto a la ventana en Qullissat, la ciudad abandonada de Groenlandia

Más arriba aguardaban las salas huecas de un hospital, puntero para la época en la que fue construido, y que sirvió para reposo ante enfermedades y los accidentes que producía el duro trabajo en la mina. Presidía, además, uno de los mejores miradores de la ciudad, aunque más arriba, casi adheridas al muro montañoso, podíamos contar una treintena de casa más, todas ellas de diferentes colores, las cuales adivinaban de otro vecindario dentro de la misma Qullissat. Pero a las que no llegaríamos, pues contábamos con un tiempo limitado y cada vez nos hundíamos más en la nieve. Las horas allí se habían esfumado en minutos mientras observábamos cómo en cada recoveco se podía vislumbrar esa belleza diferente que sólo es capaz de hallarse en la decadencia.

Imagen del interior del hospital de Qullissat (Groenlandia).
Fotografía del interior del hospital de Qullissat. Imagen cedida por Roberto C. López.

En Qullissat, con los icebergs flotando sobre el Estrecho de Sullorsuaq, la naturaleza y las ruinas bailaban su propio vals. Con lo eterno y lo más efímero entrelazándose entre las puertas, el brazo de una muñeca con la que ya nadie juega, una caldera oxidada y las hojas de una agenda arrancada donde los años, los meses y los días venían escritos en lengua danesa. Una unión inquebrantable entre el presente y el pasado donde las mentes inquietas parecen las únicas capaces de completar los espacios vacíos con historias inventadas. 

Objeto olvidado en la ciudad abandonada de Ilulissat (Groenlandia)

El sonido provocado por el aleteo de una perdiz nival posada sobre un tejado cualquiera, las líneas marcadas por el paso de un zorro ártico justo antes de que atracásemos en el puerto sin muelle ni pantalán, aquella mirada vagando sobre las desoladas construcciones de Qullissat, nos permitió sumergirnos por última vez en ese tránsito por la contradicción más evidente, que lleva a demostrar cómo la solidez e incluso los cimientos más fuertes también sucumben al paso del tiempo. Aunque siempre seguirán aguardando nuevas historias por contar.

Foto de Qullissat
Imagen de Qullissat (Groenlandia). Foto cedida por Roberto C. López.

Qullissat, de la que jamás habíamos oído hablar hasta que alguien nos puso sobre su pista, nos había regalado la razón misma de nuestra pasión por viajar, consistente en tratar de obtener respuestas cuando sabemos, en realidad, que regresaremos con aún muchas más preguntas. Pero mientras expandimos el horizonte kilómetro a kilómetro, milla a milla, encontramos el sentido de la vida a partir de la creación de nuevos recuerdos. Y de nuevas necesidades.

Foto de dron de Qullissat en Groenlandia
Imagen aérea de Qullissat (Groenlandia). Cedida por Roberto C. López.

De ahí que Groenlandia sea uno de los lugares del planeta que más me fascinan. Aún me permite dibujar con la mente líneas con las que ni siquiera había podido soñar.

Sele en Qullissat (Groenlandia)

No debería despedir este escrito sin mencionar a nuestros compañeros de aventura: Maite, Juanjo, Pere, Carmen, Marisa, Jesús, Maria José, Cristina, Rafa, Ascen y Encarna. Así como al propio Roberto o a la tripulación groenlandesa que hicieron posible llevar a cabo esta travesía hacia un lugar para muchos olvidado, pero que quedará en siempre en nuestro recuerdo.

Sele

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